Capítulo 20
2254palabras
2023-07-21 13:45
"Ah, ¡¿qué voy a hacer ahora?! ¡Gonzalo, ella está muy enfadada conmigo!".
En estos momentos, Gonzalo está manejando a toda prisa por las calles vacías, y lo más probable es que se esté excediendo del límite de velocidad. Su intención es llevarme a casa, ya que mi madre me ha estado llamando durante la última hora. Debido a lo bien que lo estaba pasando con Gonzalo, me distraje y perdí la noción del tiempo. Se supone que mi mamá tiene que ir al trabajo dentro de treinta minutos, y ahora son las 8:30 P. M. Justamente, el aeropuerto queda a media hora de mi casa, lo que significa que llegará tarde.
¡Qué tonta fui! Olvidé que me pidió que cuidara a Emilia hoy. Por lo general, no tengo trabajo ni planes los lunes por la noche, así que se me pasó y le dije que podía quedarme en casa con mi hermana. No tomé en cuenta esta increíble cita sorpresa que Gonzalo preparó.

"¡M*ldita sea!", me inclino en el asiento, descanso los codos en las piernas y escondo el rostro entre las manos. ¡Jamás la había cag*do tanto! Ahora, me da miedo que mi madre falte al trabajo y se meta en problemas con la aerolínea si pierde el vuelo. Le devolví las llamadas tan pronto como leí sus mensajes, y me estuvo regañando y reclamando por no contestarle. Aunque me disculpé, me dijo con un tono severo que me iba a castigar de por vida si no regresaba a casa de inmediato.
Sé que tengo dieciocho años y que prácticamente soy una adulta. No obstante, todavía sigo viviendo con mi mamá en lo que estudio en la universidad, así que es justo seguir sus reglas. Ella paga por todos los gastos del hogar, mientras que yo trabajo para darme mis gustos y comprar útiles escolares adicionales.
"Puede que esté enojada ahora, pero estoy seguro de que te va a perdonar", Gonzalo comenta en un intento de tranquilizarme y sigue sin soltarme a pesar de que me suda un poco la mano. Entretanto, mi corazón se acelera cada vez que pienso en lo molesta que mi madre está conmigo. Nunca nos hemos peleado; si bien a veces diferimos en opiniones, nunca hemos tenido discusiones serias. Después de que mi papá nos abandonara, lo más que ha hecho es levantarme la voz.
"No, ¡es que no lo entiendes! ¡Podría perder el trabajo! Mi tarea era simple, solo tenía que cuidar a mi hermanita para que mi mamá pudiera trabajar y traer el pan a la mesa. Qué egoísta fui". De pronto, percibo un dolor de cabeza, así que me froto las sientes y hago todo lo posible por contener mis lágrimas. A pesar de que siento la pesadez en mis ojos, trato de ignorarla mientras me sigo regañando a mí misma.
"Ya verás que llegará a tiempo. De seguro van a retrasar el vuelo con este clima. Además, mira, ya casi llegamos a tu casa", indica con optimismo.
Alzo la mirada y todo me resulta gris, la lluvia es tan intensa que ni siquiera sé cómo Gonzalo puede ver la vía. Unas fuertes gotas azotan contra el auto en diferentes ángulos, causando que un insistente repiqueteo de agua quiebre el silencio. Gonzalo da la vuelta y apenas logro distinguir mi residencia cuando se detiene en la entrada.

Después de agradecerle rápidamente, salgo del auto y corro a través de los charcos esparcidos por mi patio delantero. Llamo a la puerta principal y espero a que mi mamá venga antes de que me ahogue en la tormenta. Una vez que abre la puerta y me encuentra temblando, se queda boquiabierta por unos instantes antes de fruncir el ceño y hacerme entrar.
Mi madre lleva puesto su uniforme de trabajo, tiene las llaves de su auto en la mano y su bolso en el hombro. Cada vez que se enoja, parece que envejece, pues cuando frunce el entrecejo, se forman arrugas leves en su piel. Y ahora que está furiosa, sus líneas de expresión se acentúan todavía más.
"Te iba a preguntar por qué olvidaste tus responsabilidades como la hermana mayor, pero resulta que fue por ese sujeto", ella mira hacia la entrada, justo en donde Gonzalo estacionó su vehículo, y me percato de que esperó a que entrara antes de retirarse.
"Mamá, no es su culpa. Fue muy lindo conmigo hoy, así que no lo culpes", lo defiendo en un intento de hacer que Gonzalo le caiga bien a mi madre, ya que, de lo contrario, sería muy problemático.

"¡Nunca se te había olvidado! ¡Pero ahora que lo conoces, dejas de pasar tiempo con tu familia y de hacer los deberes del hogar! Andas demasiado distraída, no me parece que sea una buena influencia para ti. ¡Tan solo mira lo que traes puesto! ¡Es su ropa, Triana Ortega!", grita a la par que se me acerca, y mis ojos se llenan de lágrimas ante sus palabras. ¡Debe entender que no fue mi intención! ¡Sabe que jamás la haría llegar tarde a propósito y que tampoco descuidaría a mi familia!
Sin siquiera darme la oportunidad de responder, abre el cierre de velcro de su paraguas y se dirige a la puerta. "Voy tarde, así que no discutiré contigo ahora. Hablaremos de esto después".
Me sobresalto con el portazo que da al salir, cierro la puerta con llave y la observo a través de la mirilla. Enojada, se sube a su auto y se aleja. Me preocupa que conduzca en un clima tan terrible, sin embargo, espero que su jefe presuma que va tarde debido a la tormenta.
Me acerco al sofá marrón de la sala y veo a Emilia profundamente dormida, mientras que en la televisión se produce la película de Buscando a Nemo y los colores de la pantalla se reflejan en su cuerpo. Apago la televisión antes de cargar a mi hermana y llevarla a su cama. Me quedo sin aliento una vez que llego a su habitación, lo cual es una señal de que tal vez deba ir al gimnasio, aunque no lo haré.
Luego de meter a Emilia en la cama, arrastro los pies hasta mi habitación y me dejo caer en mi colchón. Reviso mi celular y veo que Gonzalo me envió tres mensajes de texto pidiéndome que lo llame cuando pueda. Le respondo diciéndole que estoy bien a pesar de que es una mentira. Si bien intenta sacarme más información, me limito a decir que estoy cansada y que no estoy de humor. Me siento mal por ignorarlo después de la cita tan maravillosa que acabamos de tener, pero necesito espacio en un momento como este.
Gonzalo trata de llamarme, no obstante, pongo mi teléfono en silencio y me hundo en mi colchón con la esperanza de que mi mamá me perdone al día siguiente.
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Todos los días de esta semana recibí mensajes de Gonzalo preguntándome cómo estoy. Es muy lindo que se preocupe por mí después de mi horrible pelea con mi madre. Además, siguió consolándome, diciendo que de seguro ella se disculpará y las cosas volverán a la normalidad.
Sin embargo, ya han pasado cuatro días y las cosas no han mejorado. Mi mamá no me ha dirigido la palabra en toda la semana. Cuando llegó del trabajo el martes en la mañana, se fue a dormir antes de que pudiera verla. Acostumbraba a dejar notas tontas en el mostrador para que las leyera cuando me despertara, pero esa vez no encontré nada. Ese día, llevé a Emilia a la escuela antes de irme a la universidad, y cuando llegué a casa, mi mamá no estaba.
El resto de la semana transcurrió de manera similar, y apenas la vi por un poco más de cinco minutos. Cada vez que llegábamos a interactuar, era muy cortante conmigo y me miraba con decepción, por lo que decidí darle tiempo. Ya me disculpé, y ojalá se dé cuenta de que reaccionó de forma exagerada. Soy paciente pero no insistente, así que no seguiré disculpándome por algo que no hice a propósito.
Ahora por fin está finalizando la semana, la sentí como la más larga de mi vida. Después de pasar una mañana sola y relajada en casa, me fui a mi clase de ética, aunque no sin antes comprarme un café durante el trayecto. Tan pronto como llego al salón, me doy cuenta de que tengo diez minutos de sobra, así que examino los escritorios hasta que veo a un chico de cabello platinado. Camino en su dirección, y una vez que me acomodo en mi asiento habitual, justo al lado de Emanuel, este deja caer el libro que estaba leyendo y me dedica una amplia sonrisa. Aunque trato de devolverle el gesto, mi expresión no resulta genuina, por lo que él frunce el ceño.
"¿Estás bien?", inquiere al tiempo que se inclina a mí.
"Sí", trato de hablar con normalidad, pero mi respuesta termina siendo corta y patética.
"No suenas bien. ¿Sucede algo?".
"Nada importante, es solo que me acabo de pelear con mi mamá y no nos hemos hablado en estos días. Eso me pone triste", me froto la cara con las manos y esbozo una sonrisa forzada. "No te preocupes, estoy bien", remarco al ver que Emanuel sigue luciendo consternado.
Hago una pausa y complemento: "Sin embargo, lo que está mal es lo que sucedió la semana pasada. Como no tengo tu número, no pude disculparme, pero te juro que lo iba a hacer. ¡No debí invitar a Cirino sin habértelo consultado antes! Lo siento, admito que fue muy estúpido y egoísta de mi parte". Tomo una gran bocanada de aire al terminar de hablar.
Emanuel levanta las cejas, y como mi mano descansa sobre el reposabrazos que está entre nuestros asientos, la toma y responde: "No tienes por qué disculparte, Triana. Fui yo quien se fue de manera abrupta".
Asiento y le dedico mi primera sonrisa genuina del día. "Me alegra que no te hayas molestado conmigo".
Se ríe, me suelta y saca un cuaderno de su mochila para la clase que está por comenzar. "Aunque, pensándolo bien, hay algo que puedes hacer para recompensarme".
Se me corta la respiración al momento de mirar los ojos de Emanuel, pues noto que hay un destello particular tanto en su mirada como en la forma en la que me habla.
"Emm… Claro, ¿de qué se trata?", inquiero.
"Es muy simple, solo tienes que salir conmigo".
Me quedo perpleja, me atraganto con mi propia saliva y empiezo a toser en exceso. Sus palabras me tomaron desprevenida. ¿Qué quiere decir con eso? ¿Acaso pretende que tengamos una cita? ¿Qué va a pensar Gonzalo?
Emanuel me propina palmaditas en la espalda, ayudándome a recuperar algo de oxígeno para que pueda respirar adecuadamente. Por suerte, el ataque de tos me da unos segundos adicionales para pensar en mi respuesta. Una vez que me recupero, agarro el vaso de café y me tomo un poco de lo que quedó.
"¿Quieres que salga contigo? ¿Solo nosotros dos?".
Creo que Emanuel notó mi nerviosismo, ya que procede a cambiar su solicitud de inmediato.
"¡No! No saldremos solos. Emanuela me ha estado insistiendo para que vayamos a un nuevo bar destinado a mayores de edad. ¡Dice que es lo máximo! No quiero ir solo, ¿te gustaría acompañarme?". Su mirada está llena de desespero e ilusión al mismo tiempo y no deja de contemplarme en ningún momento. Luego, pestañea con rapidez para hacerme la carita de perro mojado, lo cual ocasiona que se me dificulte negarme.
"No lo sé…", vacilo un poco antes de explicar: "Para ser honesta, los bares no son lo mío…", le digo la verdad. Por muy extraño que parezca, uno de mis pasatiempos favoritos es sentarme al lado de la ventana y leer. Puedo estar allí durante horas sin que me canse de hojear las páginas. Para mí, es como viajar por el mundo y conocer a diferentes tipos de personas desde la comodidad de mi propia habitación. Si bien estoy consciente de que todo es ficción, lo prefiero así, ya que si un personaje se molesta, solo basta con cerrar el libro y comerme unas porciones de pizza.
"¡Andaaa, di que sí! Por favooor", Emanuel suplica, me toma la mano y la aprieta con fuerza. "No sería divertido ir solo con Emanuela. Además, me sentiré más cómodo con tu compañía".
Observo nuestras manos unidas antes de ver a Emanuel. Rendida, sacudo la cabeza y dejo escapar un suspiro. "¿Y cuándo piensas ir?", pregunto, a lo que su rostro se ilumina con una gran sonrisa.
"Esta noche. Solo será por unas pocas horas. Puedo pasar por ti a eso de las nueve".
No conozco muy bien a Emanuel, y mucho menos a su hermana. Aun así, él me mira como si fuera su mejor amiga o algo por el estilo. Es obvio que se muere de ganas de que lo acompañe. Mi instinto me dice que no vaya, que me quede en casa y trate de arreglar las cosas con mi mamá, pues ella no va a trabajar esta noche, o eso indica el calendario magnético que cuelga en el refrigerador. Podría ser la mejor oportunidad para reconciliarnos de esa ridícula pelea.
Sin embargo, de esto se trata la universidad, ¿no? Salir a bares, hacer nuevos amigos y socializar los viernes por la noche. No puedo quedarme en casa todo el tiempo.
Y a pesar de aquel dilema en mi mente, tomo una decisión de la cual probablemente me arrepienta después: acepto su propuesta.