Capítulo 2
1043palabras
2023-07-17 09:57
Tan pronto como llego a la universidad, se me revuelve el estómago de los nervios. La emoción y la ansiedad luchan dentro de mí, y es la segunda que termina ganando. Saco mi celular para ver mi horario y comprobar el número de mi salón. Si bien ya lo he revisado más de cincuenta veces, debo cerciorarme una vez más por si acaso. Quién sabe, pudieron cambiar los salones en los últimos diez minutos desde que salí de mi casa.
Por suerte, todo está igual. Sigo teniendo la clase de introducción a la psicología con la profesora Ramos a las 2:05 P. M. en el salón 207 del edificio de psicología. Vaya, los detalles de las clases son muy específicos. Repito la información en mi mente una y otra vez mientras camino al edificio correspondiente para evitar que se me olvide y tenga que volver a sacar mi teléfono del bolsillo. Debo acostumbrarme a esta facultad, ya que pasaré los siguientes cuatro años aquí. Elegí la carrera de psicología con la esperanza de que algún día me convierta en una trabajadora social que ayude a los niños que sufren de negligencia y abusos por parte de sus familiares. Gracias a mi padre, el mejor de todos, siento que puedo empatizar con los pequeños que están en ese tipo de situaciones. Ojalá pueda ayudar a que sus vidas mejoren.
Después de subir por un tramo de escaleras, paseo por el primer pasillo y veo los salones 203, 205 y… ¡Allí está, el salón 207! Miro mi reloj y aunque veo que llego quince minutos antes de la clase, entro de todos modos. El interior luce como una sala de conferencias con una capacidad de aproximadamente cien estudiantes. Me percato de que ya hay algunas personas adentro y opto por sentarme en la parte de enfrente, justo tres puestos más adelante de una chica de aspecto amigable. Me aseguro de quedar lo suficientemente cerca para que pueda entablar una conversación conmigo si quiere, pero mantengo una distancia prudencial para no molestarla si decide no hablarme.
Pese a mi introversión, puedo ser muy amigable. Si bien no suelo entablar conversaciones con desconocidos, no tengo problemas con hablarles si se me acercan y comienzan a charlar conmigo. En el caso de la chica en cuestión, puede que también sea una introvertida o solo está demasiado concentrada en su celular como para prestar atención a su entorno. Al cabo de quince minutos, la profesora entra y escribe su nombre en la pizarra junto al código del curso.
"¡Buenas tardes a todos! Me da gusto ver que tantos alumnos hayan asistido el día de hoy. Soy Priscilla Ramos, y esta es la clase de introducción a la psicología. Si esta materia no está en sus horarios, lamento informarles que se encuentran en el salón equivocado", la profesora espera unos momentos para darle oportunidad a que se vayan las personas que posiblemente se equivocaron de clase. Al ver que nadie hizo ningún movimiento para retirarse, la profesora Ramos da un suspiro dramático y agrega: "¡Bien! Supongo que es vergonzoso salirse de la clase equivocada".
Todos nos reímos de su comentario e intuyo que me va a encantar la clase. La profesora continúa explicando sobre el plan de estudio y dice que revisaremos las asignaciones antes de empezar la primera clase. Me encuentro apuntando todo lo que menciona y cuando comienza a dar la primera lección, paso a una página nueva del cuaderno y anoto lo que está en la presentación de PowerPoint. Al cabo de unos dos minutos, mi bolígrafo se queda sin tinta, a lo que yo lo agito en un intento desesperado para que funcione de nuevo. Sin embargo, no sirve de nada.
Resoplo, tiro el lapicero sobre mi escritorio y busco uno nuevo de manera frenética. Me enojo conmigo misma, pues de todos los útiles escolares que metí en el bolso, solo traje un bolígrafo. Aun así, sigo buscando en el bolsillo pequeño de mi mochila con la esperanza de que aparezca un lápiz de la nada. De repente, siento que alguien me toca el hombro, así que me doy la vuelta y veo que un chico me ofrece un bolígrafo con una sonrisa en el rostro. Es atractivo, con el cabello castaño rizado y unos ojos marrones cálidos que me resultan irresistibles.
Le devuelvo la sonrisa, le digo un «gracias», acepto el lapicero con amabilidad y sigo anotando en el cuaderno. A lo largo de ese período, me lo paso escribiendo a toda velocidad y no es hasta que la profesora reproduce un video que logro descansar la mano. Apoyo el codo en el escritorio y me inclino hacia delante, presionando el bolígrafo en mis labios. A mitad del segundo video, caigo en cuenta de que el objeto no es mío y que no debería ponerlo cerca de mi boca. Por suerte, el amable desconocido no lo vio.
Tan pronto como termina la clase, guardo todo menos el lapicero. Me doy la vuelta y me alegro de ver que el chico sigue detrás de mí. Justo cuando se pone de pie para irse, grito con torpeza como la peor conversadora del planeta que soy: "¡Espera!".
Al muchacho se le activan las alertas de inmediato, listo para contraatacar la amenaza que acaba de percibir. Entretanto, me estremezco al ver que los presentes me observan sin entender por qué grité. "Disculpa, solo quería devolverte el bolígrafo", le dedico una sonrisa tímida y avergonzada debido a la atención de todos. Él se ríe y agarra el objeto, guardándolo en su bolsillo delantero para no tener que abrir su mochila de nuevo. "No pasa nada".
Al salir de clases, compro un café y camino a casa para despedirme de mi madre. El resto del día me lo paso haciendo diversas actividades con Emilia, tales como: comer carne asada, colorear, hornear brownies y leer un cuento de hadas antes de dormir. Como ella se queda dormida a las nueve de la noche, aprovecho para leer un libro nuevo que acabo de adquirir en una librería que está justo a lado de la calle Vegas. Me quedo despierta hasta que mi mamá llega a casa, le doy las buenas noches y me meto a la cama para levantarme temprano al día siguiente.