Capítulo 55
1005palabras
2023-05-18 18:47
EL FETO
Quería derrotar, de una vez por todas, al enemigo. Necesitaba paz, me urgía recuperar la tranquilidad mía y de todos los que me rodeaban. Vanessa había sufrido mucho. Su entusiasmo, al final, le jugó en contra y hasta tuvo una crisis de nervios. Después que vimos a Dulanto y ella arrancó a toda prisa del cementerio, al llegar a la avenida, rompió a llorar sin control, jalándose los pelos y hasta dándose cabezazos en el timón.
Tuve que manejar su carro hasta Miraflores, hasta un parqueo y allí consolarla. Fue un gran desafío porque yo no tengo brevete. Aprendí a manejar viendo a mi padre. Él no me enseñó. Todo lo que sabía fue viéndolo, pero Vane lloraba y lloraba y eso me descontrolaba, así decidí manejar pese a lo poco que sabía. Felizmente no pasó nada.

Le compré un calmante y también le di bastante agua. La dejé llorar en mi rezago tumbada como una niña y mientras trataba de ordenar mis ideas. En la farmacia compré además caramelos para despejar la garganta porque la temía anudada. La sentía seca, llena de tierra y me parecía ahogar. Eran de menta. Me refrescó y me sentí mejor mientras Vanessa, lentamente, se iba a recuperando. Había estropeado todo su bonito maquillaje. Le limpié sus ojitos y le arreglé sus pelos.
-Era un fantasma-, seguía repitiendo.
Puse música en la radio y traté de explicarle que todas esas imágenes no eran de fantasmas ni personas muertas que habían recobrado la vida, sino tan solo recuerdos que brotaban de repente, como si se abriera una puerta de otra dimensión.
-Son mensajes que me mandan. Esas imágenes no hacen nada, solo martillan mi cabeza, ¿me entiendes?-, le expliqué.
-Yo lo vi-, dijo Vanessa. Le pinté su boquita.
-Lo viste pero en realidad era un espejismo. Esos mensajes se me han ido repitiendo desde hace mucho tiempo-, le conté.

-¿Y ese mono? ¿Kike?-, seguía ella sin entender nada.
-Imágenes. Mensajes. Solo eso-, traté de serenarla.
Vanessa no estaba nada convencida. Yo tampoco. Es más, yo había besado a Dulanto, había sentido su cuerpo y lo sentí muy real. También al tal Hugo en la clínica. Sin embargo, era cierto lo que yo decía: eran imágenes. Mi propio miedo los hacía aparecer.
Ella se recostó al asiento y luego estrujó la boca. Me miró entre molesta y curiosa.

-Un momento, tú no tienes carro, no sabes manejar, ¿cómo diablos estamos aquí, en Miraflores?-, frunció el ceño.
¡Qué le iba a decir! Empecé a reírme como zonza.
-Oye tarada, pudimos habernos matado-, me reclamó furiosa.
-No tuve opción, tu llorabas, la avenida se fue haciendo desierta, me asusté y no tuve otra opción, je-, seguí riéndome.
Vanessa se contagió de mis risotadas. -Tú sí qué estás bien loca, Tati-, me reprendió pellizcándome.
Yo me reía y movía los hombros siguiendo la música de la radio. Vanessa puso su carita triste.
-No te he sido de mucha ayuda, ¿verdad?-, volvió a lagrimear.
-Al contrario, Vanessa, sin ti no hubiera podido llegar hasta aquí. Me has sido el soporte para afrontar todas estas cosas paranormales que me crispan los nervios-, la abracé.
-Yo solo he llorado-, siguió gimoteando. Le besé su cabecita.
-Te voy agradecer toda la vida lo que has hecho, serás la madrina de todos mis hijitos-, reí.
-Ay no, se molestó Vanessa, tú quieres tener once hijos-
Eché a reír. -Doce en realidad: cuatro parejas de trillizos. ¡¡¡Me gustan los trillizos!!!.-, eché a reír y Vanessa se me abalanzó tirándome golpes.
-¡¡¡Eres una idiota!!!-, me decía presa de la risa.
Ahora estaba en mi cama, abrazada a mi peluche, con el anillo puesto, decidida a enfrentar mis propios temores. Traté de dormirme rápido pero mi ansiedad me ganaba. Quería ya estar sumergida en alguna pesadilla pero me era difícil. Mis párpados se empinaban siempre y seguía oyendo pasar los carros al lado de mi casa. Escuchaba tamborilear mi corazón, con insistencia, y no dejaba de rascarme la cabeza. Siempre lo hago cuando estoy nerviosa.
Escuché una canción a lo lejos, una balada romántica, "... es triste la soledad de casa y cuán nostálgico el último suspiro de las llamas, escondidas, en el carbón humeante, muriendo en la chimenea..."
Lentamente me fui durmiendo. Entonces caí en un hueco muy hondo, resbalando por la arena, golpeándome los codos, dando vueltas, aterrada, gritando asustada, hasta rodar a un lodazal. Quedé encharcada y me dio asco.
Escuché los balazos. Me agaché por instinto y recién me di cuenta que tenía un casco puesto. Mis manos llevaban guantes y tenía una pistola en una cartuchera. Tenía lentes oscuros y cuando empecé a limpiar mi ropa del lodo me di cuenta que era beige y camuflado.
-Comandante Anderson, las tropas están listas-, me dijo Joe.
Calavera me jaló del brazo. -Entonces, no vamos a combatir-, me reclamó.
-Ya te dije que no-, me zafé molesta.
-John Kroll me lo advirtió. Usted morirá en manos del demonio-, me escupió.
-Estoy cansada de escuchar lo del demonio-, me enfurecí.
Desperté de golpe. Me molesté mucho. Tomé agua y estrujé, otra vez mi peluche.
-¿Sentiste el temblor, hija?-, me pasó la voz mi madre.
-No. ¿Fue fuerte?-, me sorprendí.
-Un remezón-, aclaró mi padre.
-Duérmete, hijita-, insistió mi mamá.
-Buenas noches-, les dije.
No tardé mucho en dormirme. Vi la sangre. Estaba herida. Tenía una horrible punzada en el vientre. Sentía desvanecerme. Allí estaba Tatiana. Le jalé el mandil. -Lo vi, Slomovic, era una luz. Era cierto. Me esperaba-, le empecé a decir.
-¿De qué demonios habla, comandante?-, se molestó ella.
-Del demonio-, le dije.
-No podrá aparecer, su hija lo impedirá-, subrayó Tatiana.
-Yo no puedo tener hijos, soy estéril-, languidecí, tumbada en la camilla. Slomovic pidió que me lleven al quirófano. -¡Hay que quitarle la bala!-, dijo.
-¡No es una bala!-, gritó alguien.
-¿Qué demonios es?-
-Parece un feto-
-¿Está muerto?-
-Sí, creo que sí-
-Es horrible, parece una anguila o un gusano-
-¡Quémalo!-
-¿Qué?-
-Que lo quemes-
-Quémelo tú, doctora-
-Dámelo-
Entonces todo se oscureció.