Capítulo 27
1544palabras
2023-04-20 18:34
TATIANA
Volví a soñar metida en ese extraño mundo oscuro e incierto. Me vi subiendo a un al jeep y miré a Tatiana ( a mí misma, no lo entendía) . Tenía las manos cubiertas de sangre. También el mandil. El casco lo llevaba bajo el brazo.
-Mañana acabará todo, Tati-, me dije a mí misma. Yo era las dos mujeres. Seguía sin entender.

-¿Tomarán las cuevas?-
-Sí. La orden es limpiar la zona de enemigos-
-¿Qué hará, luego, comandante-
-Pediré mi baja. Esto ha sido el infierno ¿Tú qué harás?-
-Moriré pero volveré a nacer en Perú. Jugaré softbol y seré abogada-
Desperté aterrada. Mi corazón lo tenía en la boca y mis manos temblaban. Tomé mucha agua. Vi el reloj. Eran las 2 y 20 de la madrugada. De puntitas fui a la cama de mis padres. Ellos dormían apaciblemente. Levanté su edredón y me metí entre los dos, temblando de miedo.

PANCRACIO RAMIREZ
Otra vez soñé con una prisión. Era como estar atrapada entre esos barrotes. Eso sentía.
Veía a un tal Pancracio Ramírez. Se supone que lo conocía porque sabía su nombre. Estaba intranquilo en su celda. Se iba de un lado a otro, golpeaba los dedos y maldecía a todo el mundo. Tenía la camisa amarrada a la cintura y los pantalones cortados a la altura de la rodilla. Era un capo robando bancos y sumaba en su haber diez condenas por asesinatos a sangre fría. No conocía la compasión y era un chalaco bravo como el mar rebotando en los rompeolas, con los brazos y pechos repleto de cortes por las trifulcas cotidianas en Los Barracones. Arrastraba los pies descalzos y pestilentes en el piso, chocando a cada rato con las patas del catre. Llamó al "flaco" Pérez que permanecía al lado, en la celda más estrecha de la hilera.
- ¡No hay custodios, "Machete"! ¡Estamos perdidos!-

- ¡Cállate! ¡No cacarees como vieja! ¡No pasará nada!-
Sin embargo Ramírez no podía estarse tranquilo. Se estremecía por la tensión y seguía golpeando los dedos, haciendo sonar sus callos. Se recostó en la cama. Rechinó. Trató de pensar en una hembra caderona, de las tantas que frecuentaba en Bellavista, por el "Telmo Carbajo". Apenas aparecía en su atolondrada cabeza un buen trasero, oía otra vez los disparos y se veía muerto, tirado de espaldas en el piso, con los sesos saliéndole por las orejas. Volvió a pasearse intranquilo con el rostro arrugado por el temor. Miró el techo y trató de contar los chinches y arañas de los rincones.
- ¡Oye, "Machete"!, gritó enronquecido, desaparecieron el barrio. Fueron los tanques. Me lo contó el "chino" Valdez. Escapó con las justas, escondiéndose en La Perla. Vino ayer a visitarme. Se va a Santa Eulalia, a esconderse-
- ¡Ya cállate!-
- ¡Oye, "Machete"! ¡Escucha! yo me crie en Los Barracones. Soy de allí. Valdez me dijo que los blindados cayeron de noche, cuando trabajaban los burdeles y se habían agarrado a chavetazos la banda del "Gato" Salinas y los de Sarita Colonia que fueron al chongo. Las bombas caían por todos lados y los sujetos morían como cancha. El piso se abrió y los tragó a todos-
Pérez cerró los ojos.
- Los malditos se vinieron disparando sus armas a los que trataban de huir. Los reventaron a tiros. Se atrincheraron en las bocas de las calles con ametralladoras y dispararon. Fue el infierno. Todos caían como moscas. A los que se arrastraban mal heridos, los chancaban los carros-
- ¡Ya cállate!-
- ¡Oye, "Machete"! zampaban granadas a las casas. Las lanzaban por las ventanas y hacían saltar a todos por los aires. No dejaron escapar ni a las mujeres. Tiraron abajo los burdeles a cañonazos. A patadas abrían las puertas y se metían vomitando fuego. A los muertos los sacaron a rastras y los juntaron como basura, formando cerros. Sonaban las sirenas a casa rato para atolondrar a la gente. Los blindados se precipitaron por las esquinas y se fueron sobre las casas para tumbarlas. Las vigas y techos caían como juguetes. Las volvían tortillas-
- ¡El chino Valdez es un mentiroso! , rezongó Pérez. Nunca le he creído. Dicen que le gana al más mentiroso del mundo-
-¡Oye, "Machete"! Valdez lloró en mis hombros. Yo le creo. Igualito fue en en el hueco y después junto al río-
- ¿Qué ocurrió luego en el barrio?-
Ramírez pasó saliva. Las voces rebotaban en las paredes atrapadas por el eco como una canción de terror. De repente en los pasadizos empezaron a oírse gritos y pasos apurados y lloriqueos insistentes atronando todo. Los dos hombres fueron a las ventanas abarrotadas, pero no se veía nada en el patio. Los gritos y lisuras seguían multiplicándose, desesperadas. Pérez se volvió a la puerta gritando. -¡¿Verdad que quemaron el barrio?!-
- Por Dios, "Machete". Hasta la madrugada siguieron matando a la gente. Entraban a las casas y subían a los techos para disparar a los que se escondían-
Ramírez miró a los lados al oír disparos. Sudaba frío y las venas de la frente le parecían saltarse. Le perlaban la cabeza como surcos, junto a sus rulos mientras corrían las sombras de prisa, junto al pasadizo, sin detenerse.
- Te dije que algo iba a pasar-
- Debe ser algún motín-
-Quizás los del pabellón del "Loco" José. Ese es un maldito-
Afuera seguían los gritos y disparos. Los apuros y los portazos a las celdas. Ramírez temblaba asustado. Temía lo peor y quería irse de allí, pero su celda estaba bajo llave. La zarandeó. No quería abrirse.
Pérez ya tiritaba como perro. Algunas lágrimas resbalaban por sus mejillas. Bajó la cabeza y se recostó en su brazo, desalentado y dubitativo.
- ¿Qué pasa allá afuera, Pancracio?-
- No sé, ten calma. Yo también estoy asustado, ¿sabes?-
- Sí, pero yo estoy más que tú-
- ¡Oye, "Machete"!, escucha. A las tres de la mañana quemaron por completo el barrio. Echaron gasolina a los muertos y a las covachas. Todo fue pasto de las llamas. El fuego tardó horas en extinguirse. A los que huyeron por los descampados, los cogieron a tiros. Nadie pudo irse-
- Pero algunas casas no se queman fácil. Sólo se negrean-
- No sé. Valdez ya no estuvo allí.
- Te dije que Valdez era un mentiroso-
Varios pasos retumbaron en el lugar. Un jadeo cansado que se venía del fondo. El tintineo de las llaves se sentía entre los gritos del patio, las carreras enloquecidas y los balazos. Una enredadera de pasiones encontradas, poniendo la piel de gallina.
- ¡¿Quién viene?!-, preguntó asustado Ramírez. - ¡Vienen a matarnos!-, chilló temeroso, Pérez.
- ¡Maricas!-, les contestó una voz. Era Silva, un tipo bajo y achacoso que traía las llaves de las celdas. Sudaba y estaba agitado. Su pecho se inflaba como si tuviera asma y hablaba atropelladamente.
-Nos vamos todos-
Ramírez empezó a gritar lleno de pánico. -¡Te lo dije, "Machete"! ¡Vienen a matarnos!-
Luego de dejar libre a Ramírez, Silva fue donde Pérez. Mientras buscaba la correcta, preguntó qué le pasaba al compinche.
- Está asustado. Le metieron el cuento de su barrio-
Silva se emblanqueció más. Tartamudeó. - No es cuento. Lo arrasaron por completo-
Pérez se dejó caer al piso, lloriqueando abatido.
- Estamos perdidos. Es una pesadilla-
Ramírez salió dando trancos, ayudándose con las manos. Bajó hasta el patio. Allí encontró a Gonzales, un antiguo compañero de pilladas.
- ¡No nos quedaremos con los brazos cruzados, esperando que nos maten!-
Lejos aguardaba Zamudio, mirando el infinito, arrodillado, oculto tras unos bultos. A su lado estaba el gigante León con una chaveta filuda en sus manos.
- ¡Héctor!, le dijo a Zamudio, saldremos a la carrera de aquí-
- No podemos, Pancracio-
-La puerta está trancada y bloqueada por los blindados. No hay manera de escapar. Es mejor luchar desde aquí-
- Estás loco, insistió Ramírez. Mejor escapemos por los techos-
Zamudio cogió el cogote de Ramírez y le señaló las azoteas. Allí se alineaban varios hombres armados con rifles, apuntando hacia el interior del patio.
- Se han apostado desde temprano. ¿Cómo piensas fugarte? ¿Volando?-
- Tú siempre te has pavoneado de tener armas, metralletas y hasta granadas. ¿Por qué no las usas? Podemos abrirnos paso a balazos-
Zamudio escondió la vista. Quedó varios minutos en silencio. Luego musitó dolido, al borde del llanto.
- Hicieron un cateo la semana anterior, cuando te llevaron a juicio. Cargaron con todas las armas. No se lo dije a nadie, para mantener mi fama-
Entonces aquel hombre, curtido en decenas de luchas callejeras, que se ufanaba de inflexible y machazo, que detestaba a los cobardes y se creía el más valiente de todo el Callao, que conquistaba a las mujeres tan sólo con su respiración vigorosa y su sarta de lisuras... se puso a llorar.
Las puertas se abrieron pesadamente, chirriando sus cerrojos.
Un hombre entró, paseaba divertido la mirada por algunos rostros que aparecían tímidamente entre las cajas de cartón, las maderas mal clavadas y la basura amontonada en las atalayas. Los lloriqueos iban hasta la puerta y perfilaban al sujeto, como una melodía satánica que dramatizaba horriblemente el instante.
- Allí viene, murmuro Pancracio, llorando desconsoladamente, ese maldito no muere. Dicen que mata sólo con la mirada-