Capítulo 2
1871palabras
2023-03-22 03:21
-¡Hasta cuando me van a tener prisionera! ¡Ya no soy una niñita!- Exclamé con frustración mientras almorzábamos, le di un golpe fuerte a la mesa que hizo sonar los platos.
-No eres prisionera, estás en tu hogar con tu familia. Tienes todas las comodidades que siempre te hemos ofrecido –dijo el tío Brian, mientras mascaba la carne asada.
-Ya no soy feliz aquí. Mi vida no es como la de antes. ¡Odio mi existencia! -Expresé furiosa.

-Nathalia, nosotros te amamos y no te metimos presa como siempre lo mencionas. El centro de rehabilitación fue para que superaras tu adicción a las drogas y al alcohol.
-Pero no estaba loca, era consiente de mi misma. Y quizá sí funciono los tratamientos, me sentía plena al salir de ahí. Pero todo fue el vano. La pérdida de mi hija me afectó. Y ustedes…
-¡No nos culpes por la muerte de tu hija! –Exclamó mi tía Carlota interrumpiéndome- Por tu culpa ella falleció. Todo lo que no debiste haber consumido durante tu embarazo la afectó. Nació enferma y eso lo sabes. -Sus ojos se le aguaron expresando esas palabras, entendí que compartía mi dolor. Pero no podía aceptar sus palabras.
-Yo no consumía durante mi embarazo, ¡cuántas veces lo voy a decir! La cocaína que consiguieron en mi bolso no era mía, era para venderla, yo…
-¡¿Vendías esas cosas Nathalia?! –Expresó mi tío con seriedad- ¿Que dinero necesitabas? Si nosotros siempre te hemos consentido.
-Dijeron que no íbamos a mencionar el pasado –expresé para cambiar la conversación. Lo que quiero es que me dejen salir y tener una vida.

-Estás muy descontrolada cariño, lo que queremos es cuidarte, de que no andes haciendo desastre por la calle.
-¿Sigues desconfiando de mi tía Carlota? ¡Ya soy mayor y puedo tener control sobre mi vida!
-Mayor de edad serás a los dieciocho, te faltan dos años. Mientras estés con nosotros obedecerás nuestras reglas, si no, puedes irte a vivir a otro lado. Y tendrás que trabajar y pagar tu habitación.
-¿Yo, trabajar? No quiero, no quiero estudiar, no quiero hacer nada con mi vida, ¡No quiero vivir! Tenía una buena vida hasta que ustedes me la estropearon, ahora, solo me quiero suicidar.

-¡Nathalia no digas eso! – Mi tía se impresionó ante mis palabras.
-Te vamos a tener que llevar al hospital psiquiátrico otra vez, ahora si estás loca.
-¡Brian no! –Mi tía le habló a él en voz baja palabras que alcancé a escuchar- Ya no hay remedio. Dale la tarjeta, a ver si con eso se calma.
- Es peor. No quiero que ande por ahí vagabundeando de noche. -Expresó mi tío con la mirada fija en mí –Solo efectivo. Sacó su billetera y puso unos billetes en la mesa y se levantó con molestia.
-Toma Nathalia –Carlota tomó el dinero de la mesa y me lo entregó- diviértete con tus amigas, procura no llegar muy tarde. Cuídate. Me dio un beso en la mejilla y se retiró a lavar los platos.
-Amigas, a esas no las necesito. No fueron a verme ni un día cuando estaba encerrada. Ni una carta me llegó de alguna, apuesto a que ni saben que ya estoy liberada.
****
Como una artista de telenovelas salí a la calle un sábado por la mañana, me sentí contenta de volverme a vestir y maquillar como antes, me decían pocajhontas por mi larga cabellera negra, y debido a que mi piel es blanca y mis ojos castaños, tengo mi estilo particular.
¿Con quién y a dónde saldría? Pues no tenía un plan específico, solo quería sentirme yo misma, volver a ver el mundo exterior y olvidarme de los problemas.
Llegue a un acostumbrado lugar, una disco para adolescentes, ya que no debo tomar alcohol, un coctel suave me ayudaría a pasar un buen rato.
La música de reggaetón sonaba bastante alta cuando me incliné a sentarme al frente de una mesa con cuatro sillas vacías. Solicité mi bebida al camarero que se me acercó y saqué mi celular para revisar las redes sociales.
-¡Hola! ¡Pero miren quien está aquí! La irreconocible.
-Nathalia, pensé que aún estabas internada. ¿Por qué no nos has llamado?
Dos muchachas se me acercaron y se sentaron en frente de mí. Eran mis amigas de la escuela. Y yo no estaba contenta de verlas.
-¿Llamarlas a ustedes? ¿Qué clase de amigas son? Jamás fueron a visitarme.
-Pensé en mensajearte, pero supe que te habían quitado el teléfono -Respondió Lola, la bajita, cabello corto, amarillo. Poseía una copa de licor en la mano.
-Oye, tus padres fueron demasiado estrictos contigo. Cómo se le ocurre internar a su propia hija.
-Ellos solo son mis tíos. Me criaron desde pequeña, luego de que mis padres fallecieron -le respondí a Margaret, la alta cabellos rizos. Como si no me conociera la vida entera.
-Bueno, pero la vida continúa ¿cierto? –Ahora podemos reencontrarnos como antes.
-Como lo dijo Margaret, vamos a divertirnos y a disfrutar de nuestras vidas. La oferta sigue en pie, por si quieres trabajar con nosotras.
-¡Están locas! ¿Saben por todo lo que pasé y aun me llegan haciendo esa propuesta? –reaccioné de forma alterada.
-Se trata de un negocio que genera bastante dinero Nathalia. ¿Vas a permanecer toda la vida siendo mantenida por tus tíos?
-Prefiero eso Lola. Se lo que es sentirse prisionera. Y no quiero terminar de acabar conmigo en una cárcel de menores.
-No exageres, tampoco es que lleguemos a ser traficantes. Sabes cómo es la venta, por debajo de cuerdas.
-¿Acaso no lo entienden? ¡Jamás me van a convencer! –Expresé con frustración levantándome de la silla.
-¿A dónde vas? Vamos a beber juntas –Me dijo Margaret como si nada hubiese pasado, como si yo quisiera celebrar un feliz reencuentro.
-¡Por culpa de ustedes mi vida en un asco! –Grité alterada.
-Su bebida señorita –El camarero llegó entregándome el pedido.
-¡No quiero nada! ¡Me voy de aquí! –Les di la espalda.
-¿Qué es eso? ¿Con poco licor? Tráeme algo más fuerte.
Alcancé a escuchar el comentario de mi ex amiga cundo yo daba pasos rápidos para salir de aquel lugar. Empecé a caminar en la calle alumbrada por las lámparas de los postes, las luces de los carros y la ambientación externa de los establecimientos comerciales nocturnos.
Frené mi paso enfrente de un local que llamó mi atención.
-Identificación por favor -Me dijo el vigilante parado al lado de la puerta.
-La dejé –Le mentí para no mostrársela. Sabía que aquel quería corroborar mi edad.
-No puede pasar señorita. No se permite la entrada de menores.
-¿Y cuánto crees que tengo? Acaso tengo apariencia de una niña pequeña.
-No es eso. Solo es un requisito para evitar ser sancionados.
-Pues no tienen que preocuparse, tengo diecinueve años y soy una mujer madura.
Tuve que terminar coqueteándole para que me dejara pasar. Como mi lugar acostumbrado la música estaba alta, el olor a licor perfumaba el ambiente y había un murmullo de gentes por todos lados.
Mi idea no era divertirme, quise sentarme en un rincón y pedí una copa de licor. Mi boca saboreó con entusiasmo aquel líquido que tenía muchos meses sin probar. Empecé a tomar sin parar, quería olvidar mis problemas. Pero en vez de eso muchos recuerdos del pasado llegaron a mi memoria, que me hacía sentir más y más pesada por la depresión que en ese momento me envolvía.
Un hombre bien vestido se sentó a mi lado, por la expresión en su rostro percibí que él también estaba lleno de preocupaciones.
Volteó a mirarme, reconocí esos ojos café, era aquel hombre que me confundió con una vendedora en la tienda de bebes…
A mi mente llegó el recuerdo del día en que salí del centro de rehabilitación…
…Insistieron a que me bajara del auto, asumí que era para que les ayudara a hacer las compras. Bajé la mirada hacia mi cuerpo, poseía una ropa fea y desgastada que olía a hospital, me pasé la mano por la cabeza y sentí un enorme friz en mi cabello. Revisé mi estado emocional, estaba por debajo del piso. Anhelaba desesperadamente llegar a mi hogar.
-No voy a bajarme –expresé con fuerza.
Cuando sentí que me abrieron la puerta del auto estaba preparada para reaccionar negativamente, sin embargo mi tío asomó su mano mostrándome una tarjeta de débito -‘‘¿Querrán que les haga un mandado? ’’ -Me pregunté mentalmente durante milésimas de segundos hasta que escuché.
-Compra lo que necesites, el límite son quinientos dólares.
-¿En serio? –Pregunté tomando la tarjeta emocionalmente sorprendida. Observé entonces a mi tía abrir el bolsillo principal de su cartera y sacar un teléfono grande.
-No te tardes, toma para que nos estemos comunicando.
-¿Esto es para mí? Observé el teléfono. Era un modelo que no reconocían mis ojos.
-Sí, te compré ese, es nuevo, cuídalo, el anterior lo desechamos porque estaba muy viejito.
Salí del auto con rapidez y luego les dirigí las siguientes palabras…
-Si esto es para que los perdone por haberme internado pues no sucederá –Con enojo entré al centro comercial sin embargo mi expresión cambió al percibir uno de mis lugares favoritos, las tiendas.
Y no estaba ahí para pasear, podía comprarme todo lo que quisiera. Además volvía a tener un celular, podría volver a tener contacto con la sociedad a través de las redes sociales.
-Chica, ayúdame aquí –Expresó una señora entregándome una bebé de meses, se la sostuve mientras aquella revisaba su cartera. Observé los ojos de la pequeña, me recordaron a los ojos cafés de mi hija. Me quedé estática por unos segundos al llegar un recuerdo a mi memoria.
En seguida mi mente regresó y apreté la niña con fuerza cuando sentí que se caía y al mirar a la mamá sonriendo supe que era hora de devolverla. La señora me agradeció la ayuda y esa pequeña me hizo sentir la necesidad de entrar a una tienda de accesorios para bebés.
-¿Qué precio tiene este tetero? -Me preguntó un hombre alto y bien vestido. Me molestó, como si yo pudiese adivinar el precio del producto.
-No lo sé, yo no soy asistente de tienda.2
-Ah disculpa, pensé que trabajabas aquí –me dijo y se alejó para hablar con una vendedora.
-‘‘¿Parezco una empleada de tienda? ¡Qué vergüenza! Un hombre así me hubiera pedido el número de teléfono. ¡Qué bajo he caído! ¡Qué horrible estoy! –Terminé de pagar lo que poseía en mi canasta y me dirigí rápidamente al estacionamiento.
Mi mente regresó al club nocturno en el presente.
Sentí un poco de nervios cuando empezó a hablarme, aseguré que a mi cuerpo le gustaba ese hombre. No me dirigió muchas palabras ni preguntó cómo me llamaba, solo me invitó a bailar.
Movía mis extremidades al ritmo de la música cuando las manos varoniles rosaban mi cintura y un poco más abajo. Sentí una calentura y no fue por el exceso de alcohol, ese guapo me excitaba. Me besó sin preguntarme, y al volver a mirar mi rostro me hizo una propuesta que yo dudaba en rechazarla. Esos minutos provocaron que mis complejos salieran corriendo, a mi mente, mi cuerpo y mis emociones solo les importaban ese momento. Y el personaje que estaba al frente de mí. Así que afirmé su pregunta.