Capítulo 56
1423palabras
2023-01-17 09:30
Se acercaba el momento de la ceremonia nupcial. Como dama de honor, Elissa había de quedarse quieta allí, plantada al lado de donde estaría Amanda en unos instantes. Carson estaba frente a ella, y su ex-mujer era más consciente de que era a ella a quien miraba, en lugar de a quien supuestamente debería. La hizo sentir incómoda. Elissa dirigió su vista hacia la puerta, esperando a que entrara la novia. Un minuto después, la susodicha entró por el extremo opuesto, agarrada del brazo por el alcalde. Su estampa era realmente deslumbrante, grácilmente envuelta en su vestido blanco de novia que le dejaba los hombros al descubierto. Se sonrojó visiblemente al ver a Carson esperándola delante, pero al notar la presencia de Elissa cerca, su gesto se transformó por un momento en un tic de cólera. Sin embargo, no dejó que este inconveniente la importunase, dado que confiaba en la palabra de Carson cuando este le aseguró que su ex-mujer ya no significaba nada para él. El alcalde acompañó a su hija hasta el escenario, y esta le dedicó a Elissa una mirada diabólica antes de volverse hacia Carson con una expresión diametralmente opuesta, repleta de ilusión. Estaba en las nubes, inmersa en el sueño de estar al fin a punto de desposar al hombre de sus sueños.
El cura procedió a recitar los votos, empezando por la novia: “Amanda Therese Hayes, ¿tomas a Carson Grace Waverly como tu legítimo esposo, para amarlo y cuidarlo, hasta que la muerte os separe?”
Ella se pronuncio al instante, sin dilación: "¡Sí!" Elissa se asqueó internamente, sintiendo una creciente pesadez en el pecho que la impedía respirar por momentos. Se había mentalizado específicamente para aquella situación, pero a la hora de la verdad no se vio a la altura de soportarlo sin inmutarse. Cuando el sacerdote le preguntó lo mismo a Carson, el corazón de Elissa latió contra sus costillas como nunca antes lo había hecho, vulnerable y temerosa de que sus siguientes palabras poseyesen el privilegio de destruir su corazón en menos de una décima de segundo.
Waverly, sin embargo, permaneció en silencio. El sacerdote desvió la mirada hacia el escaso público, confundido, y volvió a preguntar. Carson miró fijamente a Amanda, la cual también se veía bastante perdida ante el comportamiento de su potencial esposo. "Dilo, Carson.", lo instó ella en un susurro.
Con semblante pétreo e indiferente, anunció: "No, no me casaré con ella.". Sus palabras sorprendieron a todos los presentes allí, incluida Elissa. Pero lo que Carson hizo a continuación fue todavía más impactante: se quitó el anillo de compromiso con una expresión de pura repugnancia y lo arrojó bruscamente hasta el otro extremo del pasillo. Amanda resolló, sumida en un incipiente llanto desesperado. "Carson... ¿qué pasa? ¿Por qué me haces esto?", preguntó ella, aferrada a sus brazos como un náufrago en el medio del mar, pero desesperadamente, pero Carson se zafó de su agarre.
"¡Nunca me casaré con una mujer como tú, Amanda!", proclamó.
“¡Carson! ¿Qué demonios estás haciendo?", gritó Hera levantándose de su asiento, y asustada ante la posibilidad de enojar al alcalde o echar a perder la boda. Su hijo no respondió, sino que se limitó a decirle al sacerdote que se marchara.
“Madre, ¿quieres saber lo que se ha traído entre manos tu encantadora nuera? ¿Quieres saber de verdad quién y cómo es Amanda Hayes?", bramó para que le oyeran bien los allí presentes. Amanda y Kimberly tragaron saliva, atemorizadas hasta la médula.
Hera, el alcalde y Elissa estaban confundidas y cada vez más expectantes. Todo aquello les parecía propio de un mundo paralelo, casi inconcebible.
"D. Carson Waverly, ¿sabe usted dónde está usted ahora mismo de pie?", tronó el alcalde con severidad, a lo que Carson asintió sin pestañear.
"Sí, señor alcalde. ¡Considero, sin embargo, que usted es el primero que tiene que saber el mal que representan estas dos sujetas con las que por desgracia convive!", replicó con arrojo.
El arriba mentado frunció el ceño, alternando miradas de sospecha entre su hija, su mujer y el que iba a ser su yerno. Kimberly estaba que se subía por las paredes, anonadada por que Carson saliese con esas de pronto; no lo habría previsto ni en mil años. Se maldijo a sí misma por su falta de precaución, por no haberse cubierto las espaldas en el momento en que se dio cuenta de que Waverly estaba actuando de manera extraña.
“He hecho venir a Elissa aquí no porque quisiera humillarla, sino porque quiero que sepa la verdad. Hace unos días, la secuestraron." Carson hizo una pausa entonces mientras la miraba a los ojos y, durante unos segundos, su mirada espartana se suavizó. Elissa no sabía por qué sacaba el tema, pero la atacó entonces una taquicardia insólita. “Los hombres que la secuestraron lo hicieron con la intención de acabar con su vida, y dos de esos animales habían sido contratados por cierta persona, alguien que quería matarla.
“Carson, ¿qué tiene eso que ver con nosotros?”, gritó Hera.
“Mucho, tiene que ver muchísimo con algunos de los aquí presentes.”, argumentó el hombre, girándose para fijar su atención en Amanda y luego en Kimberly, la cual ya estaba prácticamente nadando en sudor del pánico. "Dña. Kimberly Hayes.”, pronunció su nombre en voz alta como lo haría un juez dictando sentencia, haciendo que el corazón de la ajusticiada diera un vuelco. "Usted es la que planeó matar a Elissa."
Las personas que desconocían la verdad prácticamente se petrificaron. Elissa se transformó en una estatua de mármol con una expresión de espanto. Sabía que el dúo madre-hija la tenía en el punto de mira, resentidas y llenas de rencor para con ella. Pero... no se imaginaba que llegarían hasta ese punto.
“¡Menudo descaro el tuyo, Carson! ¿Cómo puedes acusarme de algo tan indignante?", se defendió Kimberly, derramando sus lágrimas de cocodrilo con fluidez y destreza. Fue a cobijarse junto a su marido, fingiendo estar hundida e injustamente agraviada.
Carson se burló, nada sorprendido por su reacción. “Ya me suponía que no iba a asumir su culpa tan fácilmente. Pero no temáis: tengo pruebas."
Los ojos de Kimberly se abrieron de estupor. ¿Pruebas? No, era imposible que pudiese demostrarlo... Sin embargo, un creciente terror se fue apoderando de ella. Miró hacia el alcalde con ojos plañideros, casi suplicando que le salvase la vida. “Tienes que creerme, cariño. ¡Yo jamás haría algo así, está mintiendo!"
El otro le dirigió una mirada mortífera que le provocó un fugaz escalofrío en la espalda. Claramente, el alcalde comenzaba a poner en duda la decencia de su mujer. Todavía no sabía a quién creer, pero como Carson mencionó unas supuestas pruebas, reclamó verlas: “Demuéstrelo, pues.”, exigió.
Carson tenía su teléfono en la mano. Había grabado la confesión de Jackal mentando a Kimberly y todo el trabajo sucio para el cual ella le contrató. Pulsó entonces el botón del play, la voz de Jackal retumbó en el aire.
El alcalde respiró muy hondo al terminar de escuchar la grabación. Había estado acogiendo en su casa durante años a un ser cuya vileza latente sobrepasaba su entender... Pero era lógico, con el tiempo que pasaba fuera en el trabajo, no había estado con su familia lo suficiente como para percatarse de su verdadera naturaleza.
“Ca... Cariño, tienes que creerme. Es una patraña, un montaje. ¡Yo no he sido!", rogó Kimberly. No le quedaba otra opción más que ceñirse a su teatrillo victimista, pero esta vez el público no estaba por la labor de tocarle las palmas.
En su lugar, el alcalde levantó la palma de su mano y le aventó un rotundo bofetón en la mejilla izquierda, cuyo eco resonó aun más debido al silencio que imbuía la estancia. A Kimberly le zumbaron los oídos, sorda momentáneamente, y miró hacia el hombre con docilidad. Sin embargo, los ojos del otro la enfilaron duramente, cosa que le dio a entender a la mujer que todo se había acabado para ella; jamás la creería.
“¿Cómo has podido, Kimberly...? ¿Matarla...?", exigió él, estupefacto.
“Yo también lo quiero saber. ¿Por qué se esfuerza tanto por deshacerse de Elissa? ¿A qué viene ese rencor tan grande?", secundó Carson, bajando del escenario.
Pero Kimberly insistió una vez abnegadamente en interpretar su preciado papel de víctima. "¡Yo no la he matado...! ¡Claramente está tratando de incriminarme!”
“¿Todavía lo niegas? Supongo que quieres que muestre más pruebas, ¿eh?", la amenazó Carson casi en tono bravucón. Kimberly ya no sabia qué más esperarse. ¿Ahora iría a traer a sus dos sicarios allí, a la boda de su hija?