Capítulo 80
1097palabras
2023-02-06 00:01
Toqué con mis manos el pecho de Astepon. Luego, lo aparté de un empujón y le dije: "Disculpa, necesito orinar".
Mientras me tambaleaba hacia el baño, el único pensamiento que ocupaba mi mente era cuán agradables al tacto eran sus músculos pectorales.
Usé su baño para satisfacer mis necesidades fisiológicas y luego examiné mis rubicundas mejillas en el espejo. De repente pensé en que había olvidado algo importante.
Inicialmente no conseguía recordar qué era, hasta que finalmente, transcurrido un buen rato, lo supe. No había tomado un baño aquel día.
Entrecerré los ojos, me desnudé y luego me bañé. A medida que el agua tibia corría por mi cuerpo, mi confusión iba en aumento.
No sabía dónde me encontraba. Instintivamente, agarré una toalla del estante, me envolví en ella y salí del baño.
Estaba tan somnolienta que era incapaz de mantener los ojos abiertos.
Con un ademán automático abrí la puerta del baño y entré en él.
El dormitorio estaba en silencio y las luces apagadas. Traté de ubicar mentalmente mi propia cama, pero en el sitio donde se suponía que debía estar mi camita rosa había un sofá.
Entrecerré los ojos y me abrí paso a tientas hasta que por fin mis manos tocaron una cama grande y fría.
Pero algo no calzaba, pues la textura de la cama era demasiado fina, mientras que mi cama era ordinaria. Sin embargo, estaba demasiado somnolienta y mi cerebro aletargado debido a los efectos del alcohol, de manera que no le concedí demasiada importancia a ello. Simplemente levanté el cobertor y me tendí en ella.
Aquella cama me pareció muy cómoda. En medio de mi embriaguez, me preguntaba si de nuevo estaba soñando ebria.
Para confirmarlo, giré con dificultad y entonces sentí un cuerpo cálido.
Me quedé estupefacta por un momento. Extendí la mano y toqué al hombre que estaba debajo de mí, pero este no reaccionó, limitándose a dejar que recorriera su cuerpo con mis manos sin emitir el menor sonido.
Estaba casi segura de que estaba soñando, pues solía tener tales sueños. No le presté mucha atención a aquello y solo cerré los ojos para disponerme a dormir. Pero en ese momento sentí que una mano cálida acariciaba mi sensible talle.
Aunque estaba a punto de quedarme dormida, aquellas caricias eran demasiado seductoras. Aquel contacto fue como una chispa que despertó mis apetitos sexuales.
Mi mente estaba en blanco. Mi capacidad de reflexión parecía haber sido anulada por completo.
Instintivamente, me moví hacia aquel cuerpo. Mientras me acariciaba levanté la mano para tocar su pecho y luego la deslicé lentamente hacia abajo.
A decir verdad, aquel cuerpo que veía en mis sueños aquella noche era magnífico y me sentía fascinada al tocar sus músculos abdominales. No pude evitar recostarme en la zona inferior de su abdomen. Luego, deslicé mi mano hacia abajo y tomé su espada parcialmente erecta.
Podía escuchar su respiración entrecortada. Parecía invitarme a probar el fruto prohibido del bíblico árbol del conocimiento del bien y del mal.
Su voz era verdaderamente cautivadora y de inmediato mi cuerpo ardió de pasión. Ningún otro pensamiento ocupaba mi mente. Sentía deseos de entregarme al desenfreno sexual.
Abrí los ojos y distinguí el rostro de aquel hombre en la oscuridad. Instintivamente, besé sus labios.
En cuanto lo besé, sentí que su espada se volvía más caliente y gruesa.
La sostuve moviendo mi mano hacia arriba y hacia abajo.
Entonces aquel hombre suspiró profundamente. Sonreí muy contenta y comencé a cubrirlo de besos apasionadamente.
Él tomó la iniciativa. Sabía besar muy bien. Entrelazó su lengua con la mía y la chupó con suavidad. Aunque mi boca estaba entumecida, era una sensación agradable.
Su espada se hacía cada vez más dura y gruesa. Deslizó su mano desde mi cintura hasta mis piernas.
Con una mano me despojó de la toalla y acarició mis senos, mientras frotaba la zona entre mis piernas con la otra.
De repente sentí como si una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo, paralizándome por completo.
"¡Ah…!", gimió de placer y yo también lo hice.
"¡D*ablos!", exclamó. Su voz me resultaba extraña y familiar al mismo tiempo.
Aquella exclamación me hizo sentir alarmada, pero de repente sentí que su dedo, ligeramente frío, se deslizaba dentro de mi cuerpo, estimulando mi zona más sensible. Estaba disfrutando tanto aquel contacto que había comenzado a temblar. Una tremenda sensación de placer inundaba mi cuerpo.
Cerré los ojos y me entregué a las delicias del sexo. Mi mano seguía sosteniendo aquella dura masa, acariciándola en un movimiento ascendente y descendente. Dejó escapar un gemido de placer en mi oído. ¡Qué maravillosa sensación!
Mi cuerpo se relajó gradualmente. En ese momento, introdujo otros dos dedos en mi cuerpo y los movió dentro de mí, rozando el punto más sensible de mi cuerpo.
"¡Oh! ¡D*ablos!", exclamé. Mi cuero cabelludo se sentía entumecido y un destello de luz blanca brilló ante mis ojos.
Al parecer había descubierto mi punto G. Siguió frotando esa área con los dedos, y mi cuerpo se derritió como mantequilla. Sentía un placer enorme que emanaba de ese punto y se esparcía lentamente por todo mi cuerpo.
Jamás había experimentado un placer semejante. Me sentía morir de éxtasis, pero justo cuando yo estaba a punto de tener un org*smo, sacó sus dedos y salió de la cama.
Sentí un gran vacío en mi interior, así que miré con disgusto a aquel hombre en medio de la oscuridad. Él parecía estar buscando algo.
Pero eso no me importaba. No quería que tanta felicidad desapareciera súbitamente.
Cerré los ojos y deslicé mis dedos por la parte inferior de mi abdomen hasta el área entre mis piernas, la cual se humedeció mucho. Después de lo que acaba de suceder, mis dedos entraron fácilmente en mi cuerpo, pero cuando me disponía a moverlos su mano súbitamente retiró la mía de entre mis piernas.
"¡No! ¡No lo hagas!", supliqué insatisfecha. Quería seguir procurándome placer, pero volvió a apartar mi mano.
Abrió mis piernas y las colocó alrededor de su cintura. Entonces, levanté la cabeza y miré a aquella figura en medio de las tinieblas, preguntándome cuáles serían sus intenciones.
Entonces sentí una cosa gruesa, dura y caliente que se insertaba en mi cuerpo.
Me quedé atónita por un momento antes de darme cuenta de qué era aquello. Aquel hombre me agarraba por la cintura mientras movía su cuerpo.
Al instante sentí una sensación de hormigueo en mi cuerpo, aún más caliente e intensa que antes, y empecé a gemir con desenfreno.
Yacía debajo de aquel hombre mientras mi cuerpo se movía al vaivén de sus movimientos.