Capítulo 47
1134palabras
2022-12-15 17:11
Entramos de puntillas a la sala de estar, donde encontramos a Charlie durmiendo en el sofá. Lucia muy lindo. Su cabello rojo y rizado estaba despeinado y su rostro parecía tranquilo. Tendría que agradecerle por su ayuda en la mañana. Subimos las escaleras en tanto silencio como pudimos y caminamos por el pasillo hasta llegar a mi habitación para ver cómo estaba Evangeline. Estaba dormida tal y como la había dejado. Riley y yo volvimos a caer de espaldas sobre la cama, y sentí que ya había vivido esto. Tenía la cabeza apoyada en su pecho, su brazo me rodeaba por un lado y nos quedamos en silencio mirando al techo. Me frotó la espalda con un ritmo reconfortante y después comenzó a jugar con las puntas de mi cabello.
“¿Qué vamos a hacer?”, preguntó en voz baja.
“¿Sobre qué?”. Le seguí el juego. Me lanzó una mirada penetrante. Me levanté un poco y apoyé la barbilla en su pecho para poder verle la cara. Parecía cansado y sus ojos reflejaban una profunda tristeza detrás de ellos. Supuse que esto era lo que pasaba cuando alguien no podía estar con su compañero predestinado. ¿Así era como lucían mis ojos, como pozos llenos de tristeza? Me puse seria y dije: “¿Qué quieres hacer sobre todo lo que está pasando?”.

Riley se sentó, lo que me tomó desprevenida, y tiró de mí para que me sentara en su regazo. “Quiero ver si lo nuestro funcionaría…”, dijo poco a poco.
“¿Lo nuestro?”, pregunté.
“Sí, como pareja”. Asintió una vez.
Tragué saliva. ¿Él seguía bajo la influencia del alcohol? ¿O creía que esto podría funcionar de verdad? ¿Podríamos superar todo y hacer que funcionara? Lo que me había impedido enamorarme de él hasta ahora era el hecho de que tenía una compañera en algún lugar esperándolo. ¿Por qué habría estado con él antes sabiendo que al final tendría que dejarme para ser más feliz con su compañera? Sin embargo, esto ya no era un problema… ¿Qué me impedía querer a Riley ahora y amarlo como se merecía?
Nada, la respuesta era que nada me impedía darnos una oportunidad. Mi compañero no era, ni nunca sería, parte de mi vida y su compañera tampoco sería un problema. Además, criábamos a Evangeline como si fuera nuestra de todos modos.
“Vale”, dije, levantando la cabeza para mirarlo a los ojos. “Hay que darle una oportunidad a esto”. Nos señalé a ambos.

Riley sonrió de oreja a oreja y me colocó sobre él para darme un fuerte abrazo.
“Ri, estás aplastando a tu novia”, reclamé entre jadeos mientras intentaba respirar.
“Dijiste novia”, afirmó con una gran sonrisa en su rostro.
“Bueno, ¿no es lo que soy?”, dije con una actitud juguetona.

Él se rio y tiró de mí de nuevo para abrazarme con menos fuerza que hace un momento. Cuando nos separamos, nuestras caras estaban separadas por casi nada. Su mirada se encontró con la mía, luego bajó a mis labios y volvió una vez más a mis ojos. Se inclinó hacia adelante poco a poco, dándome suficiente tiempo para apartarme, pero también me incliné para encontrarme con él a mitad del camino. Esperaba sentir chispas o algo así cuando nuestros labios se tocaran, pero por desgracia, no sentí nada. Era como si una sensación de adormecimiento se apoderara de todo mi cuerpo. El beso no fue ni bueno ni malo, tan solo fue… sin chispas, ni cálido. No podía negar que fue agradable, pero no era nada parecido a lo que me había imaginado que sería besar a mi compañero.
Supuse que a partir de ahora, las cosas serían así, por lo que sería mejor que me acostumbrara.
Punto de vista de Riley, más temprano el mismo día
En el momento en que mi compañera entró en la cocina fue como si mi lobo volviera a la vida. Al principio, sentí un fuerte aroma a fresas frescas, pero luego fue superado por algo que solo podía comparar con el olor de uno de los pañales de Evangeline. En el momento en que posé mi mirada sobre ella, fue como si mi mundo se detuviera, pero se descontrolara al mismo tiempo. Pensé que podría haber lucido hermosa con menos maquillaje, un mejor tinte de cabello, más ropa y menos perfume. No entendía por qué ella pensaba que lucía atractiva así.
Mi lobo, aunque estaba feliz de haberla encontrado, estaba molesto por un detalle importante que yo había pasado por alto. Debajo de los litros de este asqueroso perfume, había cinco olores diferentes de lobos machos. Era obvio que se había acostado con esta cantidad de hombres en los últimos tres días y nadie sabe con cuántos más antes. Mi lobo se sentía destrozado por el hecho de que su compañera no lo hubiera esperado y, para ser honesto, yo también.
Siempre había imaginado a mi compañera como alguien como Cassidy. Era cariñosa, divertida, inteligente, conservadora, fuerte y había esperado a su compañero para acostarse con él. Era justo lo que debía ser una Luna y habría sido la compañera ideal. ¿Por qué la había rechazado? ¿Ese tipo no había visto lo increíble que era? ¿Lo perfecta que era? ¿Por qué mi compañera no podía ser como ella? O mejor aún, ser ella. Sin embargo, me había tocado estar con su hermana, de la que nunca había oído nada bueno. Qué suerte la mía.
Salí de la cocina tan rápido como pude. Cogí a la pequeña Ángel y salí sin voltear atrás. Desde las escaleras, escuché a mi compañera insultar a mi mejor amiga.
“Oh, mira, es la sirvienta”. Su voz perforó mis oídos. Incluso solo escucharla volvía loco a mi lobo tanto de lujuria como de dolor. La mejor manera de describirla era como si estuviera escuchando una guitarra vieja siendo tocada por primera vez en varios años. Sonaba horrible y mal, pero aun así tenía el potencial de sonar como algo hermoso. Ella era todo lo que nunca había querido en mi compañera. ¿Por qué el destino nos había emparejado? ¿Qué clase de broma cruel era esta?
En lugar de pensar en ello, me ocupé preparando a Evangeline para la cama. Intenté bañarla, pero lo único que hacía era salpicarme y gritar a todo pulmón: “¡Mamá!”. Cuando por fin pensé que ya no podía más, me dirigí al borde de la escalera y le grité a Cassidy, esperando que se diera prisa. “¡¿Podrías subir y ayudarme con tu hija?! ¡No deja de gritar por ti! ¡Por muy lindo que sea, me está cansando!”.
Se rio y se acercó al pie de la escalera para que yo pudiera verla. “¡Subiré en un minuto, Ri!”.
“¡Pues, date prisa!”, me quejé con ella. Casi podía oírla sacudiendo la cabeza. ¿Por qué no podíamos ser compañeros ella y yo? Todo era tan natural entre nosotros.