Capítulo 87
1011palabras
2022-12-05 09:27
HAYDEN
CUATRO AÑOS DESPUÉS
En nuestra escalada hacia el más elevado éxtasis, de nuestros labios entreabiertos, escaparon un gruñido y un suave gemido; por un instante, luchamos para recuperar el aliento. 

En ese momento, observé la mirada de mi esposa, con quien ya llevaba tres años de casado. Sí, nos casamos justo después de que ella diera a luz a nuestra segunda hija, Sophie.
Mi necesidad por ella nunca se saciaría; sin importar cuántas veces hiciéramos el amor, cada vez se sentía muy intenso; me impulsaba la loca necesidad de poseerla por completo. 
Ella era mía, eso jamás cambiaría. 
Me incliné para besar con dulzura los costados de su cabello.
"Hayd...", comenzaba ella a decir cuando el fuerte llanto de un bebé llenó toda la habitación. 
Una sonrisa tímida se formó en su rostro al tiempo que buscaba las sábanas. 

"Debe haberse cansado de esperar pacientemente", puntualizó. Ante su conclusión, una risita petulante de satisfacción se extendió por mi rostro.
"Sí, entiendo el sentimiento. Debe estar muy celoso de que yo te tenga solo para mí; me siento tan triste por él", me reí entre dientes.
"¡¿Qué celos?! Tiene hambre y todo es gracias a ti", me regañó ella, lanzándome una mirada medio de enojo. 
Después de sacar al pequeño Evan, de seis meses, de su pequeña cuna, comenzó a mecerlo hasta que sus llantos disminuyeron. Entretanto, me puse de pie, busqué mi ropa y me dirigí hacia ellos.

"¡No! Creo que se pone celoso cada vez que me ve cerca de ti. No puedo creer que mi propio hijo sea mi rival en la competencia por tu atención", opiné, con voz cansina y mirando hacia abajo al bebé, quien era mi imagen calcada; solo rezaba para que no creciera con mi personalidad. 
Como si hubiera escuchado mis palabras, mi hijo estrechó su mirada hacia mí con el ceño fruncido; Gracie y yo no pudimos contener la risa.
"¿Ves? Te lo dije. ¡Él sabe con exactitud lo que está haciendo!", manifesté, en tanto aprovechaba para robarle un rápido beso de los labios de la mamá.
"Papá está siendo malo contigo. No tienes que escucharlo, ¿de acuerdo?", lo arrulló ella, dirigiéndose a la cama.
Allí, ella se sentó y le mostró los pechos. Pronto, él se aferró y comenzó, ruidoso, a succionar con avidez el pezón. No podía apartar la mirada de esa imagen; hacía que mi p*lla se retorciera con la necesidad de hacerle otro niño.
"Veamos quién está celoso ahora", me desafió ella, mirándome; quizá pensaba que no dejaba de mirarlos por celos... Bueno, aunque estaba un poco inquieto, no podía impedir que Evan se alimentara, ¿o sí?
"Eso no es algo agradable de decirme después de haberte dado seis org*smos durante toda la noche... ¿O fueron siete?", me reí entre dientes, cuanto más como tomate se ponía su cara.
"¡No digas esas cosas frente a nuestro bebé!", me regañó ella, fulminándome con la mirada.
"Hola hombrecito", lo saludé, con una caricia suave en su mejilla, mientras él mamaba. 
Luego, me dirigí a ella otra vez. "Solo digo que tienes que elegir con sabiduría entre lo que él puede darte y lo que yo puedo", sugerí con un guiño, rozando a propósito mis dedos sobre su pezón, amando su leve jadeo. 
"Pásamelo", murmuré, cuando él terminó.
Con Evan en mis brazos, salí de la habitación para ver cómo estaban nuestras hijas. 
En efecto, las encontré en la sala de estar, enrolladas en una discusión a los gritos.
Hazel había crecido demasiado rápido ante mis ojos; era increíble cómo pasaba el tiempo tan rápido. 
Ella había cumplido nueve hacía una semana; por su parte, Sophie tenía casi cuatro, ambas serían para siempre la perla de mi corazón.
En cuanto la menor me vio, corrió hacia mí; sus ojos estaban húmedos y llenos de lágrimas; la mayor la siguió de cerca.
"Papá, Hazel no me dejaba darle de comer a Ariel", gimió Sophie, en voz alta, extendiendo su muñeca Ariel hacia mí.
"¡Es solo una muñeca, no la puedes alimentar!", replicó la mayor.
"¡Pero yo quiero, ella tiene hambre!", gritó la más pequeña, porfiada; se parecía a su hermana mayor cuando tenía esa edad.
"¿Y cómo sabes eso? ¡Es una cosa, así que no puede comer! ¡Harás un desastre y no lo limpiarás!", exclamó Hazel. 
Ambas volvieron su atención hacia mí, como si me pidieran que fuera el juez. 
¡Ay! Un infierno.
No quería comenzar con eso tan temprano en la mañana, sin mencionar que Evan había reanudado sus lamentos, tal vez molesto por los fuertes argumentos de sus hermanas. 
Por fortuna, Gracie eligió ese segundo para aparecer; yo confiaba en que la escucharían, pues siempre lo hacían. 
No era de extrañar que a la mamá no le tomara ni dos minutos satisfacerlas a ambas.
"¿Cuándo vendrán el abuelo, el tío Sebastian y la tía Mel?", preguntó Hazel. 
¿Mencioné que mi hermano mayor se había casado el año anterior? Lo más importante, lo hizo con Melissa; aunque todavía no podía creerlo, sí, sucedió.
"¡Papá! ¿Cuándo vienen el abuelo, la tía Mel y el tío?", reiteró Sophie.
"¿Por qué siempre repites mis palabras?", la increpó Hazel. 
Entonces, su discusión se reanudó. 
M*ldita sea; no otra vez. 
Gracie se rio de mi expresión exasperada; fuera de chiste, de seguro, desarrollaría algunas canas muy pronto debido a esas dos.
"Sabes que se quieren con locura", comentó la mamá. 
Sí, y lo muestran de formas milagrosas, completó mi cerebro, en silencio.
"Y tú, ¿me amas?", pregunté. 
Su mirada encontró la mía y la sostuvo por un rato.
"Sí", admitió ella. Nunca me cansaría de escuchar eso de su boca; casi creía vivir para ello. Su mirada apasionada nunca dejaba de emocionarme.
"Dilo otra vez", exigí.
"Te amo, Hayden", me consintió, con una sonrisa juguetona en sus labios; mientras tanto, yo solo pensaba en cómo podría lograr verla sonreírme así por el resto de nuestras vidas. 
Nuestro amor podía haber sido desgarrador, doloroso... y a veces difícil de entender, pero era eterno.
"Y yo también te amo, conejita". Todo el tiempo y para siempre.
Fin
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