Capítulo 23
1318palabras
2022-11-02 13:52
Me fui a la cama pensando en la amenaza. Fuera del incidente del casillero de ese día, no había habido otros mensajes.
Lyn había insistido en que le dijera la verdad...
Pero no lo hice.

No lo hice porque no pude. Luego se fue y supuse que se había enojado conmigo.
Cada vez que cerraba los ojos, aparecían imágenes de la muñeca... Las manchas rojas volvían y volvían...
No podía dormir... No así...
De pronto, sonó mi celular y me congelé. Cuando vi que el remitente era el mismo número desconocido, temblé de terror.
Leí el mensaje y me temblaron los dedos. Debía ignorarlos, pero por algún motivo no podía.
"Tu sangre se sentiría muy bien bajo mi cuchillo, perra. Te estoy observando".

¡Oh Dios!
Al mismo tiempo, escuché un ruido que venía de la ventana.
Me tapé la boca con la mano para ahogar mi gemido y miré hacia la ventana aterrorizada. La había cerrado bien, pero eso no había sido un impedimento para él antes.
Siempre se las arreglaba para abrirla y atraparme.

Entonces, comencé a rezar en silencio...
Rezaba para que simplemente se fuera...
¿Por qué me estaba sucediendo todo esto? Hasta donde podía recordar, había sido siempre una buena chica...
Nunca había lastimado a nadie en toda mi vida, al menos no intencionalmente. ¿Por qué yo, entonces?
¿Por qué no podía ser como las otras chicas de mi edad?
Las lágrimas se me escapaban de los ojos mientras me mantenía bien agarrada a la almohada, como si esta pudiera protegerme.
De alguien como él.
Quizás si no emitiera ningún sonido y simplemente fingiera estar dormida, él se iría...
Me enrosqué en mí misma con fuerza y cerré los ojos.
Sentí la brisa fresca sobre mi piel, sin embargo, no abrí los ojos...
No necesitaba hacerlo.
Sabía que era él. Tenía todos mis nervios en estado de completa alerta... totalmente consciente de su presencia.
A medida que se acercaba a mí, me costaba más respirar... Podía sentir su mirada oscura quemándome. Entonces, se sentó a mi lado en la cama y comenzó a acariciarme las mejillas con sus dedos, y mis labios temblaron con violencia.
Me limpió lentamente las lágrimas.
"Sé que estás despierta, abre los ojos ahora y mírame", susurró despacio.
Entonces, mis ojos se abrieron para encontrarse con los suyos, verdes como tormenta. La intensidad de su mirada me hizo estremecerme.
"¿Me vas a matar? ¿Por qué me haces esto?", susurré mientras me alejaba de él.
Su ojos se entrecerraron como en gesto de desaprobación.
"¿Qué te hace pensar que yo querría matarte?".
"Tú me enviaste... esos mensajes de texto... y esa muñeca... ¿Por qué quieres matarme?", dije entre lágrimas que desbordaban de mis ojos.
Entonces, me agarró de los hombros con poca suavidad.
"¿De qué m*erda estás hablando?".
Su tono de voz duro me estremeció.
"¡Sabes exactamente de qué estoy hablando!".
El mensaje, las amenazas... Sabía que todo venía de él.
"No, m*erda, no lo sé, y tienes tres segundos para explicarme todo".
Lo miré confundida. ¿No había sido él quien envió los mensajes?
¿Quién fue entonces si no había sido él?
"¡Te estoy preguntando algo, m*erda!", gruñó.
"Probablemente... no sea nada", dije en un susurro todavía procesando la idea de que no había sido él.
Entonces, un sonido grave y peligroso retumbó en su garganta.
"¡Te lo advierto una vez más! ¿Dónde están esos mensajes?".
Lentamente, le entregué mi teléfono y él me lo arrancó de la mano.
Sus ojos se oscurecieron de ira mientras leía los mensajes.
"¿Quién m*erda envió esto?", dijo furioso.
"No lo sé... Yo...pensé que habías sido tú...".
Me lanzó una mirada dura y yo tragué saliva.
"Explica todo desde el principio... Y más te vale que no dejes ningún detalle sin mencionar".
Comencé a contarle desde que recibí el primer mensaje.
Cuando llegué a la parte de la muñeca, él me envolvió en sus brazos y fue ahí cuando me di cuenta de que estaba temblando sin control.
"Todo estará bien, conejita... Te lo prometo", susurró acariciándome el pelo.
Pero en su abrazo, me puse rígida. ¿Estaba consolándome?
Necesitaba que me protegieran de él; las amenazas no me asustaban nada comparando al terror que me producía él...
No necesitaba su consuelo, no necesitaba absolutamente nada de él. Cuando empecé a querer alejarme de él, me apretó más fuerte como si estuviera advirtiéndome.
"Yo... no te importo, no necesitas fingir, no necesito nada de ti", mi voz sonó tan amarga como la sentí dentro mío.
Esperaba que se alejara, pero no lo hizo, sino que me acercó más hacia él e inclinó mi rostro hacia el suyo...
Tenía una expresión tensa, como si estuviera luchando contra algo...
Luego, aplastó sus labios contra los míos en un beso forzado. Sus labios lastimaban y magullaban los míos; metió su lengua bien dentro de la mía... probando... castigando... absorbiendo el poco oxígeno que quedaba en mis pulmones.
Sentí que mi cabeza daba vueltas y justo cuando pensé que me desmayaría, me soltó. No confundí su ardiente deseo que sus ojos mostraban... Hizo que mis piernas se debilitaran.
"Tienes razón... Nos estoy haciendo nada por ti, simplemente que no me gusta compartir lo que me pertenece".
"Tus lágrimas... tus miedos, todo debería venir de mí. Nadie más tiene el maldito derecho de asustarte... ¡Eres toda mía!", gruñó en mi cuello con una voz que desbordaba posesión.
"No soy tuya, me pertenezco a mí misma", susurré todavía tratando de recuperar el aliento.
En respuesta, dejó escapar una risa oscura de su boca.
"No tienes la más p*ta idea... Pronto, muy pronto, mi conejita, no sentirás miedo de nada, excepto de mí. Porque te haré cosas... Cosas muy feas".
Sus palabras hicieron que un escalofrío me recorriera el cuerpo entero; no podía desviar mi vista de su penetrante mirada...
Entonces, se sacó las botas y comenzó a ponerse cómodo en mi cama.
"¿Qué... qué estás ha-ciendo?".
"Me quedaré a dormir esta noche", dijo como si fuese lo más obvio del planeta.
Entonces, sentí como si la sangre hubiera abandonado mi rostro completamente.
"¡No lo harás! Mis padres pueden llegar a entrar y...".
Y por un momento, algo parecido a la ira y al odio brilló en su mirada.
"¡No les importas una m*erda!".
"¿Qué quieres decir con eso?".
Me sentí tentada de preguntarle sobre mi tío desaparecido que solía trabajar para ellos, pero la experiencia en el armario del conserje hizo que me tragara las palabras.
Ignoró mi pregunta por completo mientras ladraba y señalaba el espacio de la cama junto a él.
"¡Ven aquí ahora!".
Pero me negué moviendo la cabeza despacio.
Una mirada de irritación brilló en su cara.
"Te arrepentirás si te tengo que traer yo mismo. No planeo hacerte nada, no me des ideas".
Entonces, caminé despacio hacia él. Todo el cuerpo me temblaba de miedo... ¿y quizás de anticipación?
Fiel a sus palabras, no hizo nada... Tampoco era que esperaba que cumpliera con sus palabras.
Me acurrucó contra él en cucharita, con mi espalda apretada contra su pecho y su respiración cálida sobre mi nuca.
Cuando envolvió posesivamente mi cintura con su brazo para que no hubiera distancia entre nuestros cuerpos, me quedé inmóvil.
No sé cuánto tiempo nos quedamos, quizás minutos, quizás horas, hasta que volvió a hablar.
"Traté de mantenerme alejado de ti la semana pasada, realmente lo intenté...", dijo con una voz que se escuchó como un susurro ahogado; era como si se estuviera hablando más bien a él mismo que a mí.
Su mirada eran dos agujeros ardientes posados en la parte de atrás de mi cabeza.
"¿Qué mierda me hiciste?".
Entonces, comenzó a pasar sus dedos por mi pelo con suavidad, y un escalofrío me sacudió cuando me dio un beso largo en la nuca.
"No lo hagas Gracie, no hagas que sienta algo por ti... Te arrepentirás tanto", dijo con una voz suave y peligrosa que me puso la piel de gallina.