Capítulo 46
1001palabras
2022-08-24 15:00
La noche que salí huyendo de la casa de Sam no pude observarlo muy bien, pero aquí está.
Sigue igual de guapo, incluso su cabello es el mismo; corto, algo desordenado y sus ojos… esos hermosos ojos azules, que al mirarlos transmiten la paz y la quietud de un cielo libre de nubes o un océano en marea baja, hacen que por un breve instante olvide que han pasado dos años desde la última vez que lo vi, y quiera lanzarme sobre él, rodear su cintura con mis piernas y besarlo como solía hacer cada tarde que llegaba a mi casa para pasar tiempo asolas antes de que el resto de nuestros amigos se nos unieran.
La única diferencia, es que su cuerpo es el de un deportista profesional. Antes de irse estaba bastante bien, pues le gustaba jugar futbol y de vez en cuando ir al GYM. Pero ahora… ¡Wow! Me sorprende que no tenga novia.

—He estado becándote... —dice Mateo mientras se acerca letalmente, como si en frente tuviera un león domado, tranquilo y hermoso. Pero consiente de que sigue siendo una fiera.
—Sí. Lo sé —respondo y retrocedo porque no confió en mí. Si lo llego a tener demasiado cerca…—. Es obvio que te he estado evitando.
—Entiendo que lo hicieras, incluso lo esperaba. Pero ahora que ya sabemos la verdad… Tenemos que hablar Iv.
La puerta tras Mateo se cierra y el sonido me hace dar cuenta que estamos dentro de la casa y yo sigo caminando como un cangrejo hasta tropezarme con el espaldar del sofá.
—Yo… —mi corazón golpea con fuerza queriendo escapar de mi pecho para reencontrarse con el que alguna vez fue su amigo, compañero y amor. Respiro profundo y aparto la mirada de sus ojos para poder concentrarme y decir algo coherente— Yo no sé.
—¿Qué es lo que no sabes? —Mateo está a centímetros de mí.

Me aferro con fuerza a la suave tela del sofá, busco algo en donde fijar la mirada y para mi desgracia, me encuentro con mi reflejo en el espejo, y eso solo sirve para que me sienta peor.
Mi cara es como la de una persona que ha sufrido el peor resfriado de su vida. Ojeras moradas, nariz roja, ojos acristalados, labios secos, y piel en un tono entre amarillo y verde.
Hago a un lado mi imagen. Pero al dejar de ver el espejo, Mateo ocupa todo mi rango de visión.
—No sé qué decir o que sentir. —digo en un susurro porque me duele hablar. Me arde la garganta.

—Yo si —sus labios están tan cerca a los míos, que apenas necesita moverlos para hablar—. He pasado lo últimos días repitiendo en mi mente todo lo que quiero decir —confiesa—, pero ahora, que por fin estamos frente a frente, solo puedo recordar lo que he querido hacer durante los últimos dos años…
No necesita de una gran maniobra para juntar sus labios con los míos, Solo corta la poca distancia que hay entre nosotros. No me resisto y dejo que me bese.
Es un beso lleno de ansiedad, como si llevara días caminando bajo el desierto y mis labios fueran un pequeño oasis.
No intenta nada más, solo me besa lento y luego un poco más rápido. Me abraza durante varios minutos y una sensación muy rara se apodera de mí. Es como si durante todo el tiempo que estuvimos separados me hubieran quitado una parte vital del cuerpo y hasta ahora vuelvo a estar completa. Es algo estremecedor, que le da a mi mente y corazón la paz que han estado buscando durante los últimos años. Pero esa bandera blanca solo es temporal. Porque a pesar de la calma y tranquilidad del oasis, en mi interior se comienza a formar una tormenta de arena que amenaza con arrasar todo a su paso.
—Te he extrañado tanto Iv… —dice Mateo dejándome respirar un poco.
Los dos nos quedamos quietos, con nuestras frentes unidas, y yo sigo sin saber que decir. Él nota mi incomodidad y toma distancia.
—Perdóname. Me dejé llevar y pensé que tú… tal vez… Perdóname.
El rostro de Mateo es el de un hombre derrotado. Lleva días imaginando este momento, los mimos días que yo llevo llorando por alguien más, pero tristemente, la realidad es una boxeadora de primera categoría y sus golpes son los más duros de afrontar.
Se supone que yo debería estar extasiada con la situación. Mateo, mi mejor amigo, mi primer amor, y hasta hace unos días, mi peor dolor; por fin está de vuelta y claramente dispuesto a retomar todo lo que dejamos por culpa de los celos y malas intenciones de un hombre egoísta. Pero la verdad es que la felicidad que siento no es suficiente para ignorar el hecho de que tengo el alma rota a causa de Alex, y no quiero fingir. Pase lo que pase, ni Mateo ni yo podemos soportar más mentiras.
—No tienes que disculparte. —intento decirle que no se preocupe, que era inevitable estar cerca y no querer besarnos. Que, si él no lo hubiera hecho, lo más probable es que yo lo hiciera. Incluso, si estuviera aún enojada, no podría evitar besarlo, y que ese es el principal motivo por el cual lo he evadido desde que su avión aterrizo, porque una parte de mí lo ha anhelado hasta el punto del dolor desde el día que se fue, y estando el tan cerca, ese deseo aumenta y amenaza mi autocontrol. Pero no digo nada y espero que mi silencio sea suficiente para aminorar su confusión.
—Dilan, me advirtió que esperara a que tú me buscaras. Debí hacerle caso, pero Carlos me dijo que lo estás pasando mal, y yo también lo estoy pasando mal. Creí que si resolvamos esto de una vez… No sé… Ya hemos sufrido mucho ¿No crees?
—Sí. Pero… —no encuentro las palabras.
“Dios… ¿Cómo le digo que él no es la única razón por la que he estado mal estos últimos días?”