Capítulo 5
1659palabras
2022-07-28 04:58
No puedo creer lo que está pasando. Se supone que la época de los besos robados se terminó junto con la adolescencia, pero aquí estoy, siendo besada apasionadamente por un completo extraño y lo más sorpréndete de todo es que… ¡Me encanta!
El frenesí de mi cuerpo no me deja pensar con coherencia. Todas las alarmas de mi mente se encienden.
“Pero que estás haciendo. No lo conoces. Mayday, mayday Ivana se volvió loca”.

“Pero… no quiero parar”
Su mano pasa de sujetarme el brazo y se posicionó en mi cintura. Lo siento tan cercano, tan familiar, besarlo es tan fácil que si alguien nos ve, creería que lo hemos hecho durante años.
Las emociones me superan, mi mano sana se aferra a su cabello y este movimiento es tomado por Alex como una invitación, una confirmación de que estoy de acuerdo con todo lo que está pasando y puede llegar a pasar.
El beso cambió rápidamente de ser un roce de labios a un acalorado y apasionado baile de lenguas.
Nunca nadie me ha besado así. Ni siquiera Simón. Aunque con él también tuve besos apasionados, eran más… violentos— Ahora que lo pienso mejor, él solo llegaba, tomaba lo que quería y se iba.
Esto es… esto es…

—Iv… ¡IVANA! —La voz de Juan me golpeo con la fuerza del agua que sale de una manguera de bomberos, y como tal, extinguió el incendio que se estaba formando en mi interior, dejándome por completo helada— ¿Qué se supone que…? ¿Qué estás haciendo?
Aparto con fuerza a Alex de un empujón que me hace recordar mi convaleciente mano.
Miro a mi amigo frente a mí y trato de recordar como respirar.
No sé qué decir.

Nunca me había comportado así. Sé que soy coqueta y tal vez me enamoro muy rápido, pero esto… Estar en una situación así con un desconocido. Nunca me lo llegue siquiera a imaginar. Incluso cuando planee tener relaciones solo físicas, llegue a la conclusión de que dicho hombre debía como mínimo: gustarme mucho y saber que puedo confiar en él.
“Alex me gusta mucho”.
“Pero… ¿Puedes confiar en él?”
La vergüenza se apodera de mis ojos.
Juan no soporta más sostenerme la mirada y comienza a masajear su frente con fuerza.
Una señal que puedo identificar inmediatamente.
“De verdad está enojado”
Al igual que con Sam, Juan puede decirme todo lo que piensa o siente con solo un gesto o una mirada. Me hubiera gustado encontrar en ella decepción o tal vez asco, como sería el caso, si en vez de ser descubierta por Juan, fuera Dilan o uno de mis hermanos quien me hubiera encontrado dando semejante espectáculo.
Pero en la mirada de mi mejor amigo, al quién amo igual que a uno de mis hermanos. En esos hermosos ojos verdes solo puedo ver dolor.
Juan está en una relación, y aunque es muy reciente, se esfuerza mucho para que funcione. Sin embargo, estoy consciente que ese noviazgo inicio solo con el fin de que las cosas entre nosotros dejaran de ser incómodas. O eso es lo que dice Juan. No obstante, yo creo otra cosa.
Dos de mis amigos más cercanos me pidieron salir de la “friendzone”
Primero, Mateo.
Con él, todo fue muy natural; no hubo necesidad de palabras, simplemente, las cosas se dieron. A medida que crecíamos, la urgencia de estar juntos era más intensa e íntima y no necesitamos tener conversaciones incómodas para entender que ambos estábamos enamorados. Él lo sabía, yo lo sabía y todos alrededor lo supieron incluso antes. Nuestra relación era todo lo que estaba bien el mundo. Al principio nos sentimos un poco raros, más por el tipo de relación que teníamos con nuestro grupo de amigos que por cualquier otra cosa. Pero, cuando nos dimos cuenta que ellos ya lo veían venir y estaban bien con eso, dejamos que todo siguiera su rumbo.
Lo que no logramos comprender en ese entonces es que éramos demasiado jóvenes. Yo tenía 16 y el 18. No teníamos demasiado poder sobre el camino que debía tomar nuestras vidas y un día Mateo solo se tuvo que ir. No a otra ciudad, ni a otro país. Se fue a otro continente, a otra zona horaria y ni siquiera un amor tan grande puede soportar la presión de toda el agua que habita en el océano.
Y luego está Juan.
Con el todo fue… diferente.
Lo más doloroso y agobiante que he vivido.
Sucedió un par de meses después de haber terminado mi relación con Simón. Revisaba sus redes sociales y me hervía la sangre al verlo tan feliz, viajando por el mundo mientras yo seguía llorando por los rincones como un alma en pena. Comencé a quejarme por la inmadurez y falta de compromiso de los hombres. Y Juan, como siempre, solo me escuchaba.
Ese día —debo admitir— estaba más intensa que de costumbre con el tema. Aún no superaba lo estúpida que había sido al ignorar todas las banderas rojas que se presentaron desde el mismo momento en que Simón se volvió popular a nivel internacional. Luego note que Juan se masajeaba la frente —justo como hace ahora— y le pregunte por qué estaba enojado. Él respondió que no pasaba nada, pero como yo sabía que me mentía. Descargué toda mi frustración con él y le grité. Dije que no se comportara como un estúpido. Y con esa palabra desperté al diablo.
Mi amigo, el más tranquilo, callado y considerado, perdió la paciencia y lo soltó todo.
—¡La estúpida aquí eres tú! —su grito me dejo de una sola pieza— Tu sola eliges con quien salir, a quien besar y con quien te acuestas. Madura de una puta vez y deja de culpar a los demás por tus decisiones. Siempre dices que quieres a un novio serio y fiel, que solo tenga ojos para ti y sepa lo que quiere. Sin embargo, te haces la ciega he ignoras que tienes un hombre así todos los días a tu lado, esperando pacientemente el momento que te fijes en él.
Al principio no entendía lo que decía y cuando paso, un dolor agudo se apoderó de mi pecho. Mi corazón se encogió tanto que sentía como todo el resto de mi cuerpo pedía fuerza a una velocidad alarmante.
—No me puedes hacer esto —fue lo único que logre decir antes de salir corriendo a mi casa para esconderme en mi cama.
Poder entender lo que sentía en ese momento me resulto imposible. Habían pasado tantas cosas en los últimos tres años que ya no podía ver claro el camino. Primero Mateo se fue; luego Arturo, el padre de Sam y un segundo padre para el resto nosotros, muere de forma inesperada; después todo mi drama con Simón y para terminar el show “del infierno de Ivana” estaba perdiendo a otro de mis amigos.
Mientras estaba ahí en mi cama y todas las voces en mi mente me agobiaban, solo una resaltaba entre las demás.
“Esto no es tu culpa”
Pero una voz mucho más fuerte la opacaba. La voz de mi mejor amiga.
—Tienes que arreglar esto Iv.
—Pero ¿Qué puedo hacer yo Sam? No es tan fácil como encender un interruptor y estar enamorada de él al instante.
Desde la muerte de su padre, Sam se preocupa más que los demás cada vez que tenemos alguna pelea. Incluso ella misma dejo de discutir con Dilan y comenzó a soportar toda clase de bromas y comentarios que antes la hubieran hecho enfurecer. Todo gracias a que, solo la idea de perder a alguien más, la sume en la más terrible de las depresiones.
—No te estoy pidiendo que lo ames, solo… no permitas que se aleje. Ya Mateo se fue por tu culpa y…
—No es justo… Sabes muy bien que lo de Mateo no tuvo nada que ver conmigo y que yo fui la más afectada con su partida. —Que jugara la carta de Mateo fue muy cruel de su parte, pero en sus ojos yo podía ver que hablaba más el miedo que la razón.
—Si le hubieras pedido que se quedara, él lo hubiera hecho, tú lo sabes y yo lo sé, pero eso no tiene solución, lo de Juan si, así que resuélvelo.
Me enojé con ella, me enojé con Juan y como nuestro grupo es tan pequeño, mi ira también termino por afectar a Dilan.
Toda la situación me superaba. Me sentía confundida, ansiosa, triste, pero sobre todo… traicionada.
Es una emoción que aun el día de hoy no logro descifrar muy bien, pero ahí está, muy en el fondo de mi corazón, a pesar de lo que mis amigos significan para mí; a pesar de que los amo con toda mi alma; al final del día no puedo ignorar esa pequeña molestia en mi estómago con sabor a traición.
Me quedé en mi casa por el resto de la semana. Falte a clase en la universidad y no quise hablar con nadie. Juan se escondió por más tiempo, aunque no faltaba a clases, se la ingenio para evitarnos a todos por casi dos meses.
Al pasar este tiempo no lo soporte más, extrañaba mucho a mi amigo y podía ver en la mirada de Sam que me culpaba por todo lo que estaba pasado, así que busque a Juan llorando e implorando perdón.
—Perdón por cómo te hable, perdón por ser tan egoísta, pero, sobre todo, perdón por no poder corresponderte.
Él me escucho y lo acepto.
Dijo que tampoco quería perder lo que teníamos y prefería que siguiéramos siendo amigos a no tenerme en su vida.
Los siguientes meses fueron muy raros, tratando de adaptarnos a nuestra nueva relación. Me sentía incómoda con cosas que hacía antes, abrazarlo, besarlo, acariciarle el cabello, o dejar que me llevara en su espalda cuando ya no quería caminar más. Sentía que, con cada cosa que digiera o hiciera, estaba lastimándolo o confundiéndolo… y él lo noto.