Capítulo 46
1486palabras
2024-01-09 01:51
Jeremiah meditaba en las palabras que Jong le había pronunciado momentos antes de abandonar su hogar. Su amigo le informó de la promesa de Joseph de devolver todo el dinero que había tomado y, además, le confesó que Geoffrey era más astuto de lo que pensaba, por lo que sería prudente vigilarlo de cerca si quería descubrir sus planes. Esta revelación alertó a Jeremiah, quien reflexionaba constantemente sobre el asunto. Se sentía frustrado por no haber reconocido las intenciones de su tío desde el principio.
Jamás había imaginado que su tío, por culpa de la avaricia, codiciaría algo que en realidad no le pertenecía. Aunque había sido de gran ayuda para su abuelo Malcom, este nunca lo había incluido en su testamento. En realidad, el sesenta por ciento de las acciones le pertenecían a él, mientras que el otro cuarenta por ciento recaía en Dylan. Sin embargo, Dylan nunca había mostrado interés en el negocio, por lo que su padre Geoffrey había asumido su papel.
Estaba claro que su tío no se conformaba con solo una parte del hotel, sino que deseaba adueñarse de todo lo que Jeremiah poseía.
Unos golpes en la puerta desviaron su mirada de la ventana hacia la puerta, donde una de las sirvientas le entregó el té que había solicitado.
—Gracias —le dijo, y la mujer asintió antes de retirarse.
Le dio un sorbo al té, disfrutando del dulzor de la miel en su paladar.
Sobre el escritorio descansaba un trozo de tarta de zanahoria, y al verla sonrió. Había guardado una porción para más tarde, pero estaba tan deliciosa que no pudo resistirse y la devoró rápidamente. Nora, sin duda, había seguido al pie de la letra las instrucciones para preparar la tarta.
¡Era exquisita!
De repente, sintió la urgencia de escribirle y agradecerle por haber venido a trabajar en su día de descanso. Intentó componer un mensaje, pero solo logró escribir dos oraciones antes de borrar lo que había escrito.
Se sentía un tonto, pero la verdad era que se volvía un poco torpe con las palabras cuando se trataba de Nora. No sabía qué le pasaba, pero pensar en ella despertaba una extraña sensación en su pecho, y a pesar de tratar de ignorarla, cada vez era más difícil pasar por alto.
¿Le gustaba Nora? Mentiría si dijera que no, ella era una mujer hermosa. Y no solo físicamente, había algo en su personalidad que parecía agradar a todos, y él no era la excepción.
Sin embargo, se había prometido a sí mismo no volver a creer en el amor. La primera vez que lo había hecho, había salido lastimado y no quería repetir la misma experiencia.
Pero, ¿qué debería hacer con los sentimientos que crecían en su interior? ¿Sería correcto permitir que fluyeran y dejarse llevar sin pensar en las consecuencias que vendrían después?
Frustrado, pasó la mano por su rostro.
Odiaba no saber qué hacer, especialmente cuando se trataba de sus emociones.
Después de mucho debate interno, decidió llamarla. Creía que era lo mejor.
Jeremiah tomó el móvil y marcó el número de Nora, esperando con ansias que ella respondiera. Después de unos segundos, escuchó su voz dulce y amable al otro lado de la línea, lo cual hizo que su corazón diera un vuelco.
—¿Bueno?
—Nora, soy Jeremiah. Quería agradecerte personalmente por haber venido a trabajar hoy. La tarta de zanahoria estaba deliciosa —dijo, tratando de sonar casual aunque su voz traicionaba su nerviosismo.
—Oh, no, no tiene que agradecerme. Me alegra que le haya gustado —respondió ella, su tono lleno de sinceridad.
En esa llamada, un breve momento de silencio se hizo presente, sumiendo a Jeremiah en una profunda inseguridad. No sabía cómo continuar la conversación y eso lo perturbaba más que nunca. Finalmente, decidió despedirse de ella de manera apresurada, colgando el teléfono sin darle la oportunidad de responder.
Nora frunció el ceño mientras sus ojos se posaban en la pantalla del móvil. Aquella llamada había sido inesperada y un tanto extraña, lo que despertó su curiosidad. Intuía que su jefe tenía algo más que decirle, pero no se atrevió a indagar.
Apartó la vista del celular al escuchar las risas melodiosas de Zoe mientras Sofía la columpiaba en el parque. Una expresión de ternura se dibujó en el rostro de Nora, quien no pudo resistirse a capturar ese momento mágico con su cámara.
Después de salir de la casa de Jeremiah, su amiga le había llamado para informarle que se encontraba en el parque junto a Zoe. A pesar del cansancio que la embargaba, Nora decidió dedicarles la tarde y compartir ese valioso tiempo con su hija.
Sentía una punzada de culpabilidad por no poder dedicarle suficiente tiempo a Zoe. Su apretada agenda laboral apenas le permitía darle un beso de buenas noches antes de que la pequeña se quedara dormida. Sin embargo, la comprensión y el amor incondicional de Zoe aliviaban esa carga, ya que entendía que su madre llegaba agotada y no podía leerle cuentos como solía hacerlo siempre.
De repente, los pensamientos de Nora se vieron interrumpidos por la voz entusiasta de Zoe.
—¡Oh, mira! ¡Es el chef! —exclamó la niña señalando emocionada hacia la acera, captando también la curiosidad de Sofía al ver al hombre que se acercaba hacia ellas.
Nora giró su cabeza en dirección a donde apuntaba Zoe y se encontró con Elliot caminando junto a una señora, con una sonrisa amable y una actitud relajada que le resultaban familiares.
Observó detenidamente a la señora que caminaba junto a Elliot, notando el gran parecido entre ambos. Solo que la apariencia de la mujer era frágil y cansada, con el cabello plateado y arrugas que contaban historias de vida. Sus ojos reflejaban un brillo apagado, indicando que la enfermedad había dejado su huella en ella.
Elliot se mantenía a su lado con ternura y cuidado, sosteniendo su brazo para brindarle apoyo. Parecía preocupado por su madre, pero también emanaba una serenidad que transmitía tranquilidad a su alrededor.
Nora sintió una punzada de compasión al darse cuenta de la situación. Era evidente que la señora necesitaba cuidados y atención constantes.
En ese momento, Zoe corrió hacia Elliot y lo abrazó con entusiasmo, sin percatarse completamente de la situación delicada. Sofía se acercó tímidamente, extendiendo su mano hacia la niña quién se alejó unos metros de él.
Nora se levantó de la banca y se acercó a ellos, llamando la atención de la señora.
—Mamá, tu amigo también ha venido al parque —informó Zoe, su voz resonando con emoción—. Pero no ha venido a jugar como nosotras.
Nora compartió una rápida mirada con Elliot, antes de responder a su hija.
—Cariño, no todos vienen aquí para jugar —le explicó, su mirada alternando entre Zoe y la señora—. Usted debe ser su madre.
La señora asintió con una sonrisa y extendió su mano hacia Nora.
—Así es. Marlene, un gusto —dijo Marlene mientras Nora tomaba su mano y le daba un apretón suave—. Y tú eres Nora, ¿no?
—Sí, así es —confirmó Nora.
Marlene miró a Nora con admiración.
—Mi hijo me ha hablado mucho de ti, pero veo que eres mucho más hermosa en persona —comentó Marlene, haciendo sonrojar a Nora. Se quedó sin palabras y simplemente sonrió en respuesta.
Mientras tanto, Elliot aclaró su garganta, evidenciando su incomodidad ante las palabras de su madre.
—Oh, ella es Sofía, una amiga —explicó Nora y Sofía asintió con una sonrisa después de darle un apretón de manos a ambos—. Y Zoe, mi hija.
Zoe saludó emocionada.
—¡Hola! —dijo con entusiasmo en su voz.
Los ojos de Marlene se quedaron más tiempo en la pequeña Zoe. Algo en su mirada le resultaba familiar. Recordó esos ojos azules en otra persona, lo que le trajo recuerdos que removieron su corazón.
—Es preciosa —expresó Marlene, pero parecía estar perdida en sus pensamientos.
Elliot intervino al notar la distracción de su madre.
—Bueno, creo que es hora de irnos, madre. Fue un placer verlas —dijo Elliot, indicando que era momento de marcharse.
Marlene se resistió a irse y propuso quedarse un poco más.
—¿Por qué marcharnos ahora si apenas estamos llegando? Nos quedaremos unos minutos —dijo Marlene, mirando a Nora y Zoe con una expresión de esperanza.
Elliot suspiró, comprendiendo la ilusión de su madre. Sabía lo mucho que amaba salir de casa cuando no se sentía cansada por el tratamiento.
—Está bien, nos quedaremos un poco más entonces. Pero no mucho tiempo, madre —cedió Elliot ante la insistencia de Marlene.
Los tres se sentaron en un banco mientras Sofía y Zoe fueron a buscar helados. La niña perdió interés en el columpio al ver la heladería abierta y su madre permitió que disfrutara de un dulce, a pesar de no estar muy emocionada al respecto.
—Es una niña encantadora, muy parecida a ti —dijo Marlene refiriéndose a Zoe.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Nora.
—Gracias.
—¿Cuántos años tiene? —preguntó Marlene.