Capítulo 28
806palabras
2024-01-09 00:47
Nora no quería ser demasiado intrusiva al preguntar algo tan personal, por lo que decidió decirle solo parte de la verdad.
—Adelante, no hay problema.
—Bueno, verá... el señor Jeremiah me ha pedido que vaya a su casa a preparar la cena, pero no me ha dado la dirección. ¿Sabe usted dónde vive?

—Ah sí, me lo mencionó ayer. Olvidé pasarte la dirección, pero ya te la estoy enviando —dijo y Nora suspiró aliviada, al final no había mentido del todo.
—Le agradezco.
En ese momento recibió el mensaje con la ubicación y Nora le pidió al conductor que cambiara de rumbo. No tardó mucho en llegar a su destino; la casa de Jeremiah, una enorme mansión ubicada en una de las mejores zonas residenciales de la ciudad.
Bajó del taxi después de pagar y agradecer al conductor con una sonrisa. Al dirigirse hacia la entrada del lugar, los nervios la invadieron mientras debatía si debía informar al director o simplemente aparecer en su puerta sin más. Decidió entrar a la imponente residencia, donde un hombre, que supuso era el encargado de seguridad, amablemente solicitó sus datos personales.
—Nora Campbell, trabajo para el señor Jeremiah —dijo ella, y el hombre asintió mientras registraba los datos de la mujer en su portátil.
—Adelante, puede pasar —le concedió acceso y ella le agradeció antes de adentrarse en la mansión.

Nora atravesó la amplia estancia que la llevaba al majestuoso salón principal de la mansión, quedando completamente maravillada por el esplendoroso lugar que se desplegaba ante sus ojos. La arquitectura imponente de la mansión lograba combinar con maestría elegancia y modernidad, dejándola sin aliento. Cada rincón de las espaciosas habitaciones estaba meticulosamente decorado con un gusto exquisito y un lujo deslumbrante, desde los techos altos adornados hasta los suelos relucientes de mármol.
Absorta en su admiración, una voz familiar interrumpió sus pensamientos.
—¿Nora? —volteó en su dirección, encontrándose con Jeremiah vestido de forma casual—. ¿Qué te trae por aquí?
Estar bajo su mirada hizo que se sintiera como un manojo de nervios; había tenido el impulso de ir a casa de su jefe y ahora se cuestionaba si había sido una buena idea.

—Buenos días, señor. Disculpe si he aparecido sin avisar. Quería asegurarme de que estuviera bien —dijo ella, sintiéndose algo avergonzada—. Me enteré de que no vendría a trabajar, así que me tomé la libertad de venir hasta aquí. Pero si mi visita resulta inoportuna, regresaré de inmediato...
—Gracias por venir, y no te preocupes, no es ninguna molestia. Me alegra que hayas venido —sus palabras hicieron sonrojar a la mujer, quien sonrió tímidamente.
—Le he traído el desayuno, aunque no sé si ya ha comido —mostró el tupper con ensalada de frutas y tostadas francesas con miel.
Jeremiah agradeció el gesto; nunca antes habían preparado su comida de esa manera.
—No, aún no he desayunado. ¿Y tú? —ella asintió con la cabeza.
—Ya lo he hecho, señor —respondió Nora.
—Oh, entiendo. Entonces acompáñame, ¿quieres?
—De acuerdo —aceptó ella con entusiasmo, siguiendo a Jeremiah mientras se dirigían hacia el comedor.
Después de desayunar, Jeremiah recorrió junto a Nora todo el lugar, enseñándole cada rincón de la mansión. Contaba con una sala de cine privada, una biblioteca repleta de obras maestras literarias y una galería de arte con piezas únicas. Los jardines meticulosamente cuidados albergaban una piscina de ensueño rodeada de exuberante vegetación, así como una cancha de tenis impecable.
—Es hermoso —expresó Nora mirando el mar que parecía estar en calma.
Desde los balcones y terrazas se podía disfrutar de vistas panorámicas al océano, creando un escenario mágico rodeado de opulencia y sofisticación.
—Lo es. Te transmite paz y tranquilidad en medio del caos —murmuró Jeremiah.
—No pongo en duda lo que dices —agregó Nora sin apartar la vista del océano, sintiéndose cautivada.
Unos pasos provenientes del pasillo, le hicieron voltear encontrándose con una mujer que vestía un uniforme azul oscuro.
—Señor, es hora de su medicamento —informó la mujer y Jeremiah se tensó.
—Gracias, Elizabeth —agarró el frasco de pastillas que le ofreció la sirvienta y esta se retiró.
Nora tuvo intriga por saber a qué se debía el fármaco y por qué lo tomaba, sin embargo, no quiso parecer metiche así que no preguntó al respecto.
—¿Se ha cambiado el vendaje? —señaló su cabeza, cambiando de tema.
—No, lo hice ayer —respondió él.
—Si me permite puedo ayudarle —ofreció Nora.
—No es necesario, gracias. Puedo hacerlo yo mismo —rechazó Jeremiah cortésmente, apreciando el gesto de Nora pero prefiriendo ocuparse personalmente de su vendaje.
No quería ser una carga para ella, a pesar de que su amabilidad le reconfortaba en medio de su situación. Estaba acostumbrado a resolver por sí mismo sus problemas, y no molestar a los demás.
—Me sentiría menos culpable si me deja ayudarle, señor —insistió ella haciendo que Jeremiah cediera.
—De acuerdo.