Capítulo 22
1447palabras
2024-01-09 00:34
—¡La orden número treinta y dos está lista! —anunció el Chef, y uno de los ayudantes de cocina acudió rápidamente a buscar los diferentes platillos que había pedido uno de los exigentes clientes.
Los aromas se mezclaban en la cocina, mientras los cocineros, agotados pero diligentes, se apresuraban para terminar todas las preparaciones de ese día.
Nora, con el cansancio en su rostro, se encaminó hacia la salida luego de haber finalizado su turno. Observó a sus compañeros, que parecían agotados y estresados por la ajetreada jornada. El hotel estaba abarrotado de huéspedes extranjeros que demandaban atención constante, lo cual obligaba a los empleados a trabajar el doble.
Justo cuando estaba por abrir la puerta para abandonar el lugar, Elliot se interpuso en su camino, deteniéndola. Sus ojos se encontraron y un brillo pareció encenderse en la mirada del Chef.
—¿Entonces nos vemos más tarde...? —alzó una ceja en su dirección, transmitiendo un atisbo de esperanza, pero Nora frunció el ceño, confundida por su pregunta —. Quisiera agradecerte por lo de hoy.
—Oh, eso. Descuida, no es nada. Considéralo un favor —le sonrió —. Además, creo que no será posible ir al acuario... he quedado con el director por motivos de trabajo.
La expresión de desilusión se dibujó en el rostro de Elliot, que pareció esfumarse un poco.
—Ah, entiendo —respondió, intentando disimular su decepción y desviando la mirada brevemente.
Nora, consciente del cambio de planes repentino, se disculpó sinceramente.
—Disculpa por cambiar los planes en el último momento. Otro día podríamos ir... ¿Te parece? —sus ojos se encontraron nuevamente, y Elliot asintió, aunque en su interior, sabía que lo más probable es que ese día nunca llegara.
—Vale. Te deseo suerte en tu reunión con el director —dijo Elliot con una mezcla de tristeza y comprensión en su voz.
Nora, agradecida por su apoyo, le regaló una sonrisa antes de marcharse, sintiendo una leve punzada de lamentación. Sabía que su encuentro en el acuario tendría que esperar, pero suspiró con pesar al imaginar la decepción que sentiría su pequeña al enterarse que ese día tampoco podrían ir al acuario.
Pero debía asegurar su empleo y quizá esta vez tendría suerte de conseguir algo mejor. No se quejaba del trabajo que tenía en ese momento, sin embargo era tan agotador que se sentía incapaz de soportar otra semana allí lavando platos sucios.
El lugar de encuentro elegido estaba estratégicamente ubicado cerca de la guardería de la hija de Nora, lo cual fue un alivio para ella. Después de su reunión con el director, no tendría que caminar largas distancias para buscar a su pequeña.
Al ingresar a la cafetería, Nora notó con sorpresa que estaba extrañamente vacía a esa hora del día. Sus ojos buscaron ansiosamente al director, quien, al percatarse de su presencia, levantó su mano en señal de saludo. Con determinación, Nora se dirigió hacia las últimas mesas del lugar, donde Jeremiah la esperaba.
—Buenas tardes, señor. Lamento haber llegado tarde —dijo ella mientras se sentaba frente a él.
—No te preocupes. Yo también acabo de llegar —respondió Jeremiah, dedicando unos segundos a su teléfono antes de fijar su mirada en Nora—. No estoy seguro de tus preferencias, así que pedí tres tipos diferentes de café.
—Oh, no se preocupe, señor. No soy exigente en cuanto al café. Cualquier elección que haya hecho estará bien para mí —comentó Nora con una sonrisa y él asintió complacido.
Jeremiah hizo el pedido al camarero; dos capuchinos. Mientras esperaban su llegada, Nora no pudo evitar sentir cierta intriga y ansiedad por saber la razón detrás de aquella reunión citada por el director.
—Señor, si me permite preguntar... ¿cuál es la razón por la que me ha convocado hoy? —inquirió Nora con educada curiosidad.
Jeremiah apoyó sus codos en la mesa, adoptando una postura más seria y directa.
—Permíteme ir al grano —dijo con firmeza—. Desde el primer día que te vi trabajar, supe que te necesitaba en mi hotel. Tu desempeño ha sido excepcional, además de ser la única persona capaz de complacer los exigentes gustos de la señorita Ágata. Has demostrado una generosidad y dedicación en ayudar a tus compañeros que merecen ser reconocidas y recompensadas.
Con un gesto decidido, Jeremiah sacó un pequeño sobre negro y lo colocó sobre la mesa frente a Nora. Intrigada, ella lo tomó entre sus manos y lo abrió cuidadosamente. Sus ojos se iluminaron al ver la cantidad de dinero que había dentro, suficiente para cubrir sus gastos durante varios meses.
—Le agradezco enormemente sus palabras, señor. Son muy significativas para mí. Sin embargo, quiero dejar en claro que nunca hice esto esperando recibir algo a cambio —dijo Nora con sinceridad, intentando devolverle el sobre.
Jeremiah colocó su mano encima de la de ella, impidiendo que lo devolviera.
—Lo sé, Nora. Pero quiero que aceptes esto como un reconocimiento sincero y una muestra de gratitud. No aceptaré devoluciones —afirmó con convicción.
Nora bajó la vista a sus manos, sintiendo una cálida pero extraña sensación en su interior que nunca antes había experimentado. Sus ojos se posaron en aquellos profundos orbes azules, idénticos a los de su pequeña Zoe.
El director del hotel, Jeremiah, había sido un completo desconocido para ella hasta ese momento, pero su gesto amable y generoso le habían ganado el corazón en cuestión de minutos.
—Oh, yo... le agradezco mucho, señor. Pero no es necesario... —intentó argumentar Nora, sintiéndose abrumada por la magnitud del regalo.
—Insisto, quédate con el dinero. Les servirá a ti y... —Jeremiah negó con la cabeza al darse cuenta de que estuvo a punto de mencionar a la hija de Nora —. Solo acéptalo, ¿de acuerdo?
Nora se debatió internamente por un momento, sintiendo una mezcla de gratitud y culpa. Finalmente, decidió aceptar el dinero, consciente de que realmente les ayudaría en su difícil situación económica. Asintió con un gesto de agradecimiento, mientras suspiraba con resignación.
—Vale, señor. Pero al menos permítame pagar la cuenta.
Jeremiah pareció considerarlo, pero finalmente asintió, concediéndole ese pequeño gesto de gratitud.
—Si es lo que quieres, no hay problema —respondió él con una sonrisa enigmática—. Pero hazme un favor, permite que te invite a cenar esta noche. Será una forma de agradecerte personalmente tu trabajo y apoyo. Además, hay algo que me gustaría hablar contigo.
Nora se sorprendió ante la invitación, pero no pudo evitar sentir curiosidad por saber qué tenía que decirle. Aunque no estaba del todo segura de si era una buena idea aceptar, su instinto le decía que no debía dejar pasar esa oportunidad. Sin embargo, recordó que no tenía con quién dejar a su hija, y no se arriesgaría a traerla con ella.
Nora no sabía que Jeremiah estaba al tanto de la pequeña Zoe. Odiaba tener que ocultar ante el resto la existencia de su hija, pero quería proteger a su pequeña y si con ello significaba mentir al respecto, lo haría.
—Lo siento, señor. Tengo planes esta noche —respondió finalmente, consciente de la posibilidad de que él insistiera.
Sin embargo, Jeremiah asintió en comprensión.
—No te preocupes, podría ser cualquier otro día en el que estés disponible —dijo, teniendo en cuenta que la mujer probablemente no tenía mucho tiempo libre al tener que cuidar de su hija.
—Pero, ¿podría al menos decirme de qué se trata? No creo que pueda soportar la intriga —él sonrió, sorprendiendo a Nora.
No solía verlo frecuentemente hacer aquel gesto. Nora le regaló una sonrisa agradeciéndole al camarero por el café y este se retiró tan pronto les había traído el pedido.
Jeremiah llevó la taza a sus labios, bebiendo el líquido caliente.
—Quería decírtelo en la cena, pero está bien —dijo él, y Nora sonrió complacida antes de darle un sorbo a su café humeante —. Quiero que trabajes en mi casa a partir de mañana...
Nora no pudo contener su asombro y disgusto al escuchar las palabras de Jeremiah, provocando que un violento estallido de café escapara de sus labios y salpicara el rostro de Jeremiah.
El director abrió sorprendido los ojos ante el impacto de la bebida caliente, mientras Nora, en un rápido acto de disculpa, se apresuró a acercarse y tratar de secar su cara con una de las servilletas de tela disponibles en la mesa.
—Oh, lo siento... no fue mi intención...
—Tranquila, no te preocupes, entiendo que esto te haya sorprendido —le dio una sonrisa comprensiva y terminó de secar su rostro él mismo —. Aunque quizá pudiste malinterpretar mis palabras.
—¿A qué se refiere con trabajar en su casa? —indagó ella.
—Sería trabajar a medio tiempo en el hotel, pero de ayudante en cocina y así podrás encargarte de preparar la cena antes que llegue a casa —explicó el director.