Capítulo 44
1348palabras
2024-01-18 00:02
"Tienes razón", dijo Wuotan. "Primero debemos ir a nuestra cita". Se apartó de mí, sus ojos color ámbar brillaban como si hubiera pensado en algo ruin. Le quitó el maletín a Thuner y lo sostuvo frente a él, sin abrirlo. Mi imaginación comenzó a volar.
"¿Qué hay ahí? ¿Tienen muchos látigos?", pregunté, sintiendo que me faltaba el aliento.
"Hagamos lo que Júpiter dice", recalcó Wuotan. "Ya descubrirás lo que está dentro del maletín después de nuestra cita romántica, y recibirás el castigo más intenso de tu vida".

"Un momento…", pronuncié. "¿Eso significa que no me lo van a mostrar ahora?". Una emoción loca me recorrió.
"Tendrás que esperar", dijo a la vez que veía cómo yo miraba el maletín. "Pronto vas a saber lo que significa para mí que te burles de mi acento", me dedicó una sonrisa desafiante.
Me estaba costando demasiado no volver a burlarme y decir «siggnifica» o «haggas». ¡Tenía que hacerlo!
Thuner echó un vistazo a mi expresión y puso los ojos en blanco. "Vamos, no lo hagas o nunca saldremos de aquí", se quejó.
"¿Ves? Quieres burlarte de nuevo, esto también te lo cobraré muy caro", advirtió Wuotan.
Sonreí. "¡No puedes castigarme solo por lo que pensé en hacer!".

"En realidad, puedo castigarte por cualquier cosa", refutó Wuotan.
"¡No es justo!", protesté.
Bajó la voz hasta convertirla en un estruendo: "Nunca podremos ser justos cuando se trata de ti, cariño mío".
El calor floreció en mi entr*pierna. Sea cual fuera el castigo sucio que Wuotan tuviera en mente, deseaba que sucediera en ese preciso momento. No quería esperar hasta la noche.

Wuotan sonrió. Extendió la mano, tomó las gafas de sol que Júpiter le entregó y se las puso: eran lentes de espejo chatarra con monturas moradas en forma de corazones, como algo que harías que tu perro usara para las fotos de Facebook. "Solo espera a que llegue la noche", indicó. De alguna manera, el hecho de que no pudiera verle los ojos aumentó mi emoción, que también se amplificó por la rareza de los anteojos. ¿Eran gafas de chica? En cualquier caso, no podía apartar la mirada.
Él sonrió de nuevo. "¿Te gustan? Quizás los use cuando recibas tu castigo. Creo que también vendría bien unos guantes. Puede que me comporte como una persona diferente".
¿Eh? ¿Qué quería decir con eso?
Se dio la vuelta y nos instó: "Vamos".
Me tomó un tiempo volver a mis sentidos.
Miré a Thuner, quien me sonrió, me entregó unas gafas de sol y una gorra antes de ponerse su sombrero de pescador griego y unas Ray-Ban. Por su parte, Júpiter llevaba una gorra de béisbol y gafas de aviador.
"Parece que estamos disfrazados, hasta diría que es tan exagerado que resulta sospechoso", observé mientras salíamos de la habitación.
"En Los Ángeles es normal. Aquí es donde se mezcla el anonimato", comentó Júpiter.
"La gente pensará que somos estrellas de cine", dijo Wuotan, "Bueno, más bien, queremos que la gente piense que somos estrellas de cine. Nadie sospecharía que estamos entre los más buscados de Estados Unidos. Es por eso que nos encanta este lugar".
Ya había oscurecido cuando llegamos a la zona comercial de la ciudad. "¿Las tiendas permanecen abiertas toda la noche aquí o qué?", inquirí.
"Permanecen abiertos hasta tarde, sí", contestó Thuner. "Perfecto para el horario de los ladrones de bancos".
Andar en grupo me hizo sentir muy a gusto, era como compartir un secreto que nadie más conocía en el mundo. Todos los problemas en mi casa, mi dolor por la muerte de mis padres y echar de menos a mis hermanas quedaron muy pero muy lejos; sobre todo, cuando pensaba en el maletín de Wuotan y en lo que sucedería en la noche.
Fuimos a una tienda de esmoquin y los tres se compraron trajes, aunque Wuotan insistió en elegir uno que era demasiado pequeño, junto a una camisa morada con volantes de un estilo demasiado sonso. Aunque nunca era su intención verse perfecto, siempre lo lograba. Júpiter consiguió un encantador traje negro con una camisa roja debajo. Thuner salió del vestidor con un traje de lino blanco y un sombrero de paja toquilla, luciendo atractivo y un poco anticuado.
"¿Qué c*rajos estás usando?", Wuotan le bufó.
"¿Qué tiene? El que puede, puede", dijo Thuner.
Sonreí. "Pareces un escritor muy joven en la Cuba de los años cincuenta".
A Thuner le gustó mi comentario.
Se pusieron su ropa normal y luego fuimos a una tienda de vestidos. Me probé una serie de prendas y quedé consternada al percatarme de que el estilo de vida de comer y beber con ladrones de bancos me había hecho ganar algunos kilos. Al final, probé un vestido rojo provocativo con un escote fabuloso en la espalda que se amoldaba muy bien a mis curvas y no me desfavorecía.
Como típicos hombres, mis criminales se estaban agotando por las compras, pero se animaron tan pronto como salí del vestidor y me di la vuelta. "¿Qué les parece?".
"Le queda como anillo al dedo", comentó la asesora.
Wuotan sonrió. "Coincido, te queda perfecto".
"Ven acá", indicó Thuner.
Júpiter se limitó a observarme con sus ojos verdes, quemándome con su ardiente mirada y haciéndome sentir desnuda. "Nos lo llevaremos", susurró.
"Quítatelo", añadió Wuotan.
Mi cara se enrojeció, y a mí también me encantó, pues me hacía sentir como una reina. A veces me preguntaba si se maravillaban tanto como yo o si, cuando yo no estaba, se ponían a pensar en cosas como: «No puedo creer que hayamos encontrado a una chica que roba bancos con nosotros, que nos deja darle órdenes y que acepte nuestros juegos s*xuales».
Me volteé hacia la bonita vendedora rubia que parecía un poco aturdida por nuestro cuarteto, y el calor se me agolpó en la cara. "Bueno, nos lo llevamos entonces", indiqué, a lo que ella asintió con una expresión profesionalmente vacía.
Bueno, no le di demasiada importancia. A fin de cuentas, nunca la volvería a ver.
Fuimos por unos tacones para mí. Tenían que ser de tiras para no cubrir mi tatuaje, ya que aún se estaba asentando, según Wuotan; aunque a mí me dio la impresión de que querían que la gente pudiera verlo. ¡Y yo también quería mostrárselo al mundo!
Llevamos nuestras bolsas de las compras por la calle iluminada por la luna. Era cierto: en aquella parte de la ciudad todo el mundo llevaba gafas de sol y sombreros, incluso en la oscuridad. Nos integramos a la perfección con la multitud.
Una vez escuché que Los Ángeles tenía una calidad de luz especial como en ningún otro lugar del mundo, y esa era una de las razones por las que los estudios de cine se ubicaban allí. Aun así, también había algo dulce y delicioso en el brillo de la luna de la ciudad mezclado con las farolas. Me encantaba la forma en que lucían mis bandidos: el cabello rubio de Thuner brillaba como oro pulido bajo su gorra oscura, y su piel era cremosa, como de ensueño, con un ligero rosa en sus mejillas, como si hubiera pasado su vida pastoreando renos en un cuento de antaño. Estando afuera y en la glamurosa noche, se veía menos triste.
Júpiter lucía más ardiente y más hosco, parecía irradiar más dominancia. Cuando me miraba, era como si sus ojos verdes estuvieran iluminados a contraluz; así de deslumbrantes se veían.
Wuotan llevaba esas gafas de sol de mala calidad y un sombrero de pescador blanco. El disfraz no disminuía su guapura ni el intenso tono negro verdoso del hematoma en su pómulo oscuro.
Paramos en una tienda de artesanía, en donde compré un kit de bordado que tenía el patrón de una oveja parada en un campo de girasoles. Continuamos pasando por un elegante spa en el que el cartel exterior anunciaba masajes románticos para parejas.
"Esperen". Thuner se detuvo frente a los pilares pulidos de un blanco cegador que marcaban la entrada. "Entremos por uno de estos masajes románticos. Después de todo, los cuatro estamos en una cita", propuso.
"Pero no somos una pareja. ¿Cómo nos dividiremos?", pregunté.