Capítulo 11
1250palabras
2023-10-23 15:29
Al anochecer, en la oficina de Bagrat, un fuerte golpe en una mesa y el ruido de vasos y botellas de vino hechos añicos sacaron de quicio al guardaespaldas. Este estaba fuera de la oficina y quería informar algo, pero, cuando oyó el estruendo y portazos en el "cuarto de desahogo" de su jefe, se detuvo y permaneció frente a la amplia puerta de madera.
Sacudió la cabeza y suspiró profundamente antes de marcar un número. "Cibeles. Prepara una virgen para el jefe. Ya. Urgente", rugió de un modo extremadamente autoritario, lo que estremeció a la mujer al otro lado de la línea.
"¿¡Hay una nueva tempestad en la habitación!?", preguntó, divertida. Tenía un cigarrillo en su mano derecha y el teléfono en la izquierda, y masticaba un chicle como si fuera una vaca rumiando al tiempo que recorría con la vista su propio burdel.

Cibeles era gerente de un burdel citadino. También era una de las espías de Bagrat. Era de estatura y peso promedios. Usaba mucho maquillaje y se pintaba los labios de un rojo intenso. Su largo cabello negro siempre estaba recogido en un moño, que le daba el aspecto de señora ante sus chicas y clientes.
"Tú lo sabes bien. ¡Date prisa! No le hagas esperar, para que no descargue su ira contra nosotros", ordenó el guardaespaldas, cual si fuera todo un señor.
Estaba tapándose los oídos fuera de la oficina de su jefe. Los golpes y patadas no paraban. Imaginaba que la habitación ya estaba patas arriba. Después de la llamada a Cibeles, sabía que tendría que comunicarse de inmediato con algunas personas de la tienda de muebles.
Cibeles exhaló una bocanada y lanzó el humo al aire, en forma de círculo. Rio entre dientes mientras masticaba chicle. "Que espere, donjuán. No tengas prisa. Si mando a una de mis chicas inmediatamente, es posible que él desahogue su ira con ella. ¡Qué lástima!".
"Cibeles, mi vida con ese viejo idiota ya es un infierno. No me la hagas más difícil", gritó, debido a la actitud gruñona de Cibeles para con él. A ella le gustaba fastidiarlo y verlo armar un escándalo.
"Muy bien. Tranquilo, bulldog. Ahora estoy buscando a mi joyita". Rio, lo que enfureció al guardaespaldas.

No le gustó que Cibeles lo llamara bulldog. Ella estaba dando a entender que él era la mascota de su jefe, y que siempre llevaba un bozal en la boca. Aunque era cierto, él no podía aceptarlo.
Cerró con fuerza la puerta de su jefe. Este no oyó el estruendo debido a los incesantes ruidos producidos por los destrozos en el interior.
"Reka. Ven acá, rápido". Cibeles llamó a una joven de unos veinte años. Era pequeña, pero tenía un cuerpazo. Era la chica nueva que los cazatalentos de ella acababan de enviar, esta mañana.
Se decía que Reka estaba luchando para poder costearse su educación y para cuidar de su familia, de ahí que decidiera dedicarse al sexo profesionalmente. Ella era el sostén de su familia. Su padre era un borracho, a su madre le gustaba jugar y tenía tres hermanos menores.

"Sí, señora". Se acercó a Cibeles con timidez.
Esta la instruyó. "Bento te enviará a este lugar. Sirve bien a tu patrón. Él es el gran jefe".
Reka se limitó a asentir. Estaba nerviosa. Esta sería su primera vez. Cuando llegaron a la villa de Bagrat, entró despacio a una casa enorme que estaba vacía.
Vio que un hombre la esperaba detrás de una de las puertas cerradas. Reinaba el silencio y se fue acercando.
Antes de que pudiera saludar al hombre que estaba frente a la puerta, él la agarró por la cintura y la arrimó a él. Ella se horrorizó. Le puso las manos sobre el pecho, tratando de empujarlo, pero él no se movió. "Señor, ¿usted es el patrón?", preguntó, temblando.
"¡Uf!, parecías un angelito. Bueno, déjame ponerte a prueba". Rio de manera burlona y, de repente, la besó con fuerza. Ella estaba totalmente avergonzada. Simplemente se quedó ahí parada, como una estatua.
La boca del hombre buscó la de ella. Parecía un león hambriento. Empezó a acariciarle el pecho y ella se estremeció. Entonces él se detuvo y la miró sarcásticamente.
"No está mal. Seguro que le gustarás a mi jefe. Entra ya", ordenó el guardaespaldas. Abrió la puerta y la empujó, luego de lo cual volvió a cerrar de inmediato.
Reka temblaba de miedo. Cuando vio la habitación desordenada y caótica, se tambaleó hacia atrás. "Patrón", dijo en voz baja.
"¡Acércate! No me hagas esperar". Reka oyó una voz muy autoritaria procedente de un rincón.
Vio a un hombre señorial sentado tranquilamente en un amplio sofá. Tenía un brandi en la mano, que dejó en la mesa del té, junto a un cenicero de cristal, en el cual había un cigarrillo encendido.
Cuando estuvo frente a él, la miró de pies a cabeza. Le indicó que se diera la vuelta y ella lo hizo obedientemente. La examinó como si fuera un preciado juguete. Una vez satisfecho con la comida que le habían servido especialmente, frunció los labios y se puso de pie.
"¡Oh! ¿Una nueva dama de Cibeles?", preguntó mientras le olfateaba el cuello por detrás. Sus manos comenzaron a explorar su cuerpo.
"Sí..., sí", dijo ella, tartamudeando.
"Bien", dijo él, y se sentó lentamente. "¡Quítatela!". Señaló la ropa de ella.
Ella seguía temblando. Inmediatamente se quitó cada una de sus prendas, incluida la ropa interior. Él tenía un apetitoso manjar a su disposición. "Sírveme bien y te haré mi mujer". Sonrió con satisfacción.
El guardaespaldas estaba esperando pacientemente en la parte exterior de la oficina. Llegado este punto, era torturado, al oír los irritantes estrépitos de su jefe.
Después de un rato, oyó el gemido de excitación de una mujer y el irritante chillido de su jefe. En consecuencia, no se aguantó y llamó a Cibeles.
"Prepárame una. Voy para allá ahora". Colgó, sin darle tiempo a Cibeles a responder.
La llamada la hizo sonreír con sarcasmo. Eso solo significaba que su gran jefe estaba satisfecho con Reka, y que esta podría quedarse allí por un tiempo.
Cuando llegó el guardaespaldas, enseguida Cibeles le dio una copa de brandi y la tarjeta de una habitación. Le guiñó un ojo y le susurró: "Esta se parece un poco a la mujer que te gusta. La conocí el otro día y la guardé para ti". El cuerpo le temblaba mientras hablaba con él. Estaba borracha, como siempre.
El guardaespaldas sonrió y fue directamente a la habitación. Los ojos brillantes de Cibeles lo siguieron.
En la habitación, una hermosa mujer yacía desnuda en la cama. Tenía el cuerpo cubierto con una manta blanca. "Oye, guapo. Te estaba esperando". La seductora voz de la mujer era tan dulce como la miel.
El guardaespaldas se preparó de inmediato. Tragó el resto del brandi que quedaba en el vaso y saltó sobre la mujer. Ella se rio y se sacudió violentamente cuando él comenzó a besarla y a hacerle cosquillas.
"Me haces cosquillas. ¡Basta!". A medida que pasaba el tiempo, su voz se volvía más atractiva. Casi sonaba como la que él tanto extrañaba.
Cuando estaban a punto de alcanzar el clímax, el guardaespaldas pronunció un nombre que dejó atónita de placer a la mujer, que estaba debajo de él.
"¡Selene!". Dijo este nombre no una vez, sino tres veces mientras hacían el amor.
Todo el tiempo, en su mente estuvo la mujer que había amado desde su adolescencia. Hacía años que no la veía.