Capítulo 38
1114palabras
2024-02-21 06:09
Capítulo Treinta y siete
Respuestas
―¡Vaya, este auto es increíble! ¿Dónde lo conseguiste? ―pregunté mientras recorríamos la carretera a gran velocidad.
―Es mío ―respondió Anthony con la vista perdida en el camino.
―¿Y los otros que hemos utilizado? En cada viaje usamos uno diferente. ―Observé asombrada la computadora de a bordo con mil y un chucherías.
―Míos ―dijo con naturalidad―. ¡Es que me gustan los autos! ―se defendió al ver mi expresión.
―Por eso los dejas tirados por ahí. ―hice una mueca.
―Bueno, el que llevé en Buenos Aires ya tenía sus años. Este es mi última adquisición, me gusta para los viajes. Es un Audi último modelo.
―Ya lo noté y creo que no me costaría nada acostumbrarme a uno de estos.
Anthony sonrió y me observó por un segundo para luego volver a concentrarse en la carretera. El sol comenzaba a declinar arrancando destellos dorados de la carrocería del flamante vehículo. Encendió el estéreo y una música lenta y acompasada invadió el ambiente. Primero sonaron unos delicados violines a los que se les unió la melodía del piano y por último un grupo de flautas.
―¿Tocas algún instrumento? ―pregunté recordando la cantidad de CD´s que había escuchado en su departamento de Buenos Aires.
―¿Por qué preguntas?
―Porque te gusta la música y se me ocurre que debes saber tocar alguno ―expliqué sin exteriorizar mi hipótesis de que alguien con más de quinientos años debía saber manejar al menos un instrumento musical.
―Es cierto, me gusta mucho la música. Te dejaré adivinar ―agregó enigmático. Unas gafas oscuras le cubrían los ojos y me impedían leer en ellos sus expresiones.
―Déjame pensar. ―cerré los párpados unos segundos mientras una canción nos envolvía―. El piano. ―fue el primero que se me ocurrió.
―Toqué el pianoforte en una época, hace muchos años.
―Bueno, la guitarra entonces.
―La guitarra clásica es muy linda, pero hay que cantar y me temo que eso no es lo mío ―sonrió divertido. No valía la pena decirle que con la hermosa voz que tenía era imposible que cantara mal.
―Veamos, ¿el violín? ―aventuré.
―Estás muy alejada.
―Se me están acabando la lista de instrumentos que conozco ―admití―. Y no te veo tocando el arpa ―reí.
―No, yo tampoco lo imagino, pero siempre hay tiempo para aprender.
―¿La flauta?
―Se me da bien el armonio, ¿eso cuenta?
Volví a reír e intenté concentrarme a la espera de que algún otro instrumento se me viniera a la mente.
―Sé que estoy un poco pasado de años, pero podrías probar con instrumentos más modernos.
―¡La batería!
―Ni siquiera lo he intentado.
―¿El bajo? ―era mi última opción.
―Lo siento, pero has fallado. ―aminoró la velocidad para pasar por un cruce y tomar una desviación a la derecha.
―Tarde o temprano lo averiguaré ―le prometí―. Nunca me quedo con la intriga.
―No me cabe la menor duda. ¿Y qué me dices de ti? ―cuestionó.
―Yo no sé tocar la flauta ni cantar el arroz con leche.
―¿A qué te dedicas? ¿Qué hacías allá en la Bahía?
―Estudiar para ingresar en la universidad, caminar por la playa y recorrer los alrededores ―admití a sabiendas de que no era una vida en especial interesante.
―¿Qué vas a estudiar? ―Lo miré para tratar de descifrar si mantenía esa conversación para darme un poco de protagonismo o porque en verdad le interesaba saber.
―Periodismo.
―¡Vaya! ―se asombró él―. Bueno debo admitir que das con el perfil.
―¿A qué te refieres?
―¿A que no haces tantas preguntas como un policía pero te aproximas? ¿O será que tu curiosidad no tiene límites?
―Creo que mi imaginación no tiene límites. Desde pequeña me dedico a inventar historias sobre sucesos que ocurrieron en el pueblo, ante la falta de emoción no me quedaba otra cosa.
―Tal vez yo sea producto de tu imaginación ―susurró.
―Prefiero pensar que eres real, sino este auto se estaría manejando solo.
Él lanzó una carcajada y se quitó las gafas oscuras, agradecí poder ver esos ojos grises que tanto me fascinaban. A veces huía de ellos porque tenían una atracción tan fuerte que se me hacía peligrosa, pero no podía negar lo mucho que me gustaba observarlos.
―Hace unos días dijiste que tu padre había muerto ―habló despacio y su rostro se volvió serio, me observó unos segundos a la espera de una respuesta que tardó en llegar. Tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas para responder y me pregunté por qué la conversación había tomado ese rumbo.
―Así es ―asentí con dificultad―. Fue cuando yo tenía ocho años, salimos a pescar por insistencia mía y nos sorprendió una tormenta. Él era un excelente pescador y navegante, pero el clima en alta mar es impredecible.
―Lo siento, debió de ser muy duro para ti ―dijo con sinceridad.
―Sí, lo fue. Pero con los años logré recuperarme, aunque en el interior queda un hueco que nunca cierra, siempre duele.
―¿Quedaron solo tu madre y tú?
―Y mi querido hermanito. ―hice una mueca―. Tiene catorce años y es todo lo insoportable que puede ser un chico a esa edad. Pero lo adoro.
―Estoy seguro de que eres una buena hermana.
―Solo cuando no quiero matarlo.
El CD acabó y Anthony lo cambió por otro que comenzó con la novena sinfonía de Bethoveen. Me removí en el asiento y acomodé un poco el brazo que estaba vendado a causa del corte en el hombro. Ya no dolía, solo me incomodaba al moverlo.
―¿Cómo va esa herida? ―preguntó él solícito.
―Muy bien, creo que podríamos dejar de lado esta venda ―me quejé. Él había insistido en curar mi herida, tal vez porque la culpa aún lo carcomía por dentro. Intenté negarme al principio, pero noté el remordimiento en sus ojos y lo dejé encargarse.
―Yo creo que unos días más no le vendrían mal. Prefiero que esté bien cicatrizada antes de dejar la herida al descubierto. Tienes un buen derechazo.
―Hizo un movimiento con el brazo para recordarme la vez que había intentado golpearlo con el bate. Era increíble pensar que habían pasado poco más de dos semanas desde aquel momento, a mí me parecía como si llevara una eternidad desde que dejara mi pueblo.
―Como si te hubiera hecho algo ―me burlé.
―Si hubiera sido humano lo más probable es que me hubieras partido la cabeza.
―Pena que los que me persiguen no son humanos.
Anthony apartó una mano del volante para acariciar la mía. El movimiento me sobresaltó un poco, pero en el momento que sentí sus dedos sobre mi piel un escalofrío me recorrió la espalda.
―Todo va a salir bien ―susurró―. Ahora que los del clan están en esto será más fácil desbaratar los planes de Camilla.