Capítulo 22
2459palabras
2023-07-21 14:07
Por suerte, no tuvimos que esperar en la fila, ya que Emanuela habló con el vigilante de la entrada para dejar que los tres entráramos sin siquiera revisar nuestros carnets de identificación. Tan pronto como ingreso al club, me golpea una ola de calor, y me alegra que haya dejado mi suéter en el auto de Emanuel o, de lo contrario, estaría sudando. Ahora que miro a mi entorno, hasta las personas que llevan poca ropa están sudando a la vez que frotan sus cuerpos con otros y cantan a todo pulmón las canciones que se reproducen a través de los parlantes.
Justo como su nombre, el interior tiene sofás de terciopelo y mesas metálicas de color rubí. Las luces también tienen la misma tonalidad, los focos se reflejan en las bolas de discoteca que están posicionadas en diversas partes del techo, creando esferas de luz que bailan alrededor del lugar. Muerdo mi labio para reprimir una sonrisa, ya que este es uno de mis colores favoritos y nunca había estado en una habitación con tanto rojo. Emanuel me jala del brazo al notar mi expresión. "Ven, ¡bailemos!".
Me arrastra a través de una multitud de personas hasta que llego al centro de la pista de baile. Los gemelos se posicionan a cada uno de mis costados, me voy moviendo con nerviosismo entre ellos, y cuando Emanuela comienza a chocar con mi trasero, me impulso hacia delante y tropiezo contra Emanuel. "Ah… Em… L-lo siento, Emanuela me empujó…", dejo de hablar tan pronto como coloca las manos en mi cintura y me acerca más a él para que me apegue a su torso. Descanso las manos en su pecho para equilibrarme, y Emanuela se restriega contra mi espalda mientras comienza a moverse al ritmo de la música. Su diminuto vestido es muy revelador, y me cohíbo al sentir que baila de esa manera y tan cerca de mí.

Sé que mi cara debe estar roja y agradezco que no se note debido a la tenue iluminación de la zona. Echo un vistazo a mi alrededor y veo que hay un montón de personas bailando de la misma forma, por lo que me siento un tanto incómoda, aunque a los gemelos no les molesta en lo más mínimo. Es más, parece que lo disfrutan mientras me aprietan entre ellos y se menean. "Relájate, Triana", Emanuel me dice al oído. Si bien es difícil escuchar con lo fuerte que suena el bajo, lo entiendo a la perfección. Sin embargo, eso no me ayuda a calmarme ni un poquito.
"No pienses en nada, solo escucha la música y déjate llevar", comenta a la vez que se mueve al ritmo de la música, incitándome a que haga lo mismo. Pese a que mi respiración es más pesada de lo habitual, trato de bailar y de detener mis pensamientos. Como no estoy acostumbrada a este tipo de ambiente, es normal que me sienta un poco cohibida al principio. Y de pronto, como si fuera un milagro, la canción «Dance Monkey de Tones and I» suena a todo volumen a través de los parlantes, a lo que yo grito de emoción. ¡Me encanta esta canción! Mis caderas se balancean naturalmente de lado a lado en lo que canto la letra, y Emanuela hace lo mismo. A pesar de que los gemelos me aplastan, parece que mi claustrofobia no me ataca esta noche. Me relajo, levanto los brazos, me balanceo, salto y me muevo como nunca lo he hecho.
Olvido que estoy en un club lleno de gente sudando, de la pelea con mi madre, de lo enojado que se pondrá Gonzalo cuando le diga que por fin, después de dieciocho años, descubrí que la vida no es solo leer. Experimentarlo en persona es algo totalmente diferente.
Pasan treinta minutos y los tres quedamos cubiertos por una capa de sudor. Entonces, les grito a los gemelos que necesito agua y me separo de ellos para buscar una bebida.
Me acerco a la barra e intento sentarme en el único taburete disponible. Me agarro del borde del mostrador y salto lo más alto que puedo para poner mi trasero en el asiento. Si bien fallo en el primer intento, logro sentarme en el segundo.
Aunque el barman trata de reprimir su risa al presenciar mi intento fallido, la curva en sus labios lo delata. Lo miro con los ojos entrecerrados y trato de poner una expresión malvada, a lo que él levanta las manos en señal de rendición. "Lo siento, pero eso me pareció adorable", me guiña un ojo, agarra un vaso y lo limpia con una toallita. "¿Dónde está tu hombre?", inquiere.

"No tengo un hombre, ¿por qué necesitaría uno?", pregunto, harta de que estos tipos engreídos piensen que necesito a un macho a mi lado. Incluso, recuerdo que Gonzalo me dijo algo similar. ¿Por qué no puedo salir tranquila sin que un chico esté encima de mí? ¡Me parece absurdo! Vine a divertirme con mis amigos y a bailar sin preocuparme por relaciones ni hombres. Bueno, Emanuel no cuenta.
El sujeto levanta una ceja y me interroga: "¿Acaso no sabes dónde estás?". Justo cuando estoy a punto de responder, Emanuel envuelve un brazo alrededor de mi hombro, inclinándose a mí en lo que observa al curioso barman que conversaba conmigo segundos atrás. "Más te vale que dejes de hablarle, o de lo contrario…". Estoy tan concentrada mirando el semblante de terror del chico que no veo lo que Emanuel está haciendo. Por un breve instante, me parece ver que un destello azul se refleja en los ojos del hombre, así que me giro rápidamente hacia Emanuel, pero todo lo que atisbo son luces rojas sobre nosotros. ¿Habrá sido mi imaginación?
Aparto lentamente el brazo de mi amigo y trato de calmarlo: "No te preocupes, Emanuel. Él no estaba haciendo nada malo". Por alguna razón, luce enfadado. Aunque me mira con sus ojos marrones oscuros y me dedica una sonrisa ligera, noto que su expresión es falsa. "Hasta ahora no, pero quién sabe si tenía intenciones de hacer algo malo".
"¡Ah, no puedo creerlo! ¡¿Por qué hablas como Gonzalo?!", le digo con frustración o, más bien, le grito debido al ruido abrumador del club. Entonces, Emanuel abre los ojos como platos y aprieta mi brazo con fuerza. "¿Dijiste Gonzalo? ¿De casualidad, su apellido es Hidalgo?".

"¡Auch, Emanuel! ¡Me estás lastimando!", aunque me quejo, él se acerca, me baja del taburete y me jala hacia un grupo de personas que están bailando.
"Lo siento, Triana, pero esto es importante. ¿A quién te referías ahorita? ¿Lo conoces?".
La intensidad que emana su cuerpo me asusta, así que reúno tanta fuerza como puedo para zafarme de él y le respondo con lágrimas en los ojos: "¡Sí, lo conozco! ¿Es eso lo que quieres saber? A pesar de que hemos estado saliendo, nada serio ha pasado. Además, ¡eso no es asunto tuyo!".
Muestra una expresión de dolor ante mis palabras, lo que me da la oportunidad que necesito para dirigirme a la salida. Durante el proceso, veo a Emanuela a lo lejos y parece que quiere interrogarme como lo hizo su hermano hace unos segundos. En una fracción de segundo, corro a través de la multitud y me pierdo entre los bailarines sudorosos que parecen estar disfrutando del mejor momento de sus vidas. Cuando Emanuel me llama, escucho mi nombre de una forma muy vaga y opto por mezclarme más entre las personas y salir al otro extremo de la pista de baile. Al ver una puerta, corro hacia ella sin siquiera considerar a dónde me va a llevar, la abro y pongo los pies sobre la grava.
La noche es fría, y apenas me doy cuenta de que mi corazón late con frenesí. Sabía que fue un error venir aquí con Emanuel y Emanuela. No obstante, lo más confuso es que me estaba divirtiendo hasta que empezaron a actuar raro. Me confunde el hecho de que se volvieran tan conflictivos de repente.
Meto la mano en mi cartera y saco mi celular para pedir un taxi. Es imposible que me vaya con los gemelos después de lo que sucedió hace rato. Justo cuando estoy por concretar la solicitud en la aplicación, una voz me sorprende, así que me sobresalto, dejo caer el teléfono al suelo y emito un ligero chillido cuando atisbo al hombre más musculoso que he visto en mi vida; bueno, aparte de Gonzalo. El sujeto mide más de 1.80 metros, su cabello rubio está peinado hacia atrás y tiene la piel pálida. Sin embargo, su rasgo más destacable no son sus músculos abultados ni la mueca en su rostro, sino sus ojos de color rubí. Su mirada transmite tanto peligro que instintivamente me alejo de él, pero caigo en cuenta de que estoy en un callejón sin salida.
Extiendo las manos frente a mí en un intento por defenderme, aunque sé que no tengo posibilidad de escapar si este hombre decide hacerme daño. "Por favor, no quiero problemas", suplico.
De pronto, emite la risa más siniestra que he oído en mi vida, lo cual hace que me encoja de pavor. "¿Y qué pasa si es eso lo que quiero?", intenta provocarme a la par que se me acerca. Mi corazón late a toda velocidad ante la posibilidad de que no salga de aquí con vida, y mi miedo parece incitarlo más, pues su sonrisa se va ampliando. Es en este momento que me percato de que sus dientes tienen… ¿colmillos? ¡¿Qué rayos?!
Me encuentro demasiado confundida, asustada, enojada y frustrada con esta situación. Si bien el miedo me está dominando, alcanzo a preguntarle: "¿Q-qué eres?".
En un abrir y cerrar de ojos, el hombre queda justo frente de mí, se movió tan rápido que solo vi un parpadeo de colores. Con una mano, me agarra de las muñecas y alza mis brazos por encima de mi cabeza; con su otra mano, me sostiene la barbilla con fuerza. Grito tan fuerte como puedo, con la esperanza de que alguien me escuche y venga a rescatarme. Odio hacer el papel de damisela en apuros, pero no me queda de otra. De repente, me abofetea y mi mejilla izquierda impacta contra la pared de ladrillo, provocando un ruido sordo. Unas punzadas agudas se van filtrando a través de mí y me invade un insoportable dolor de cabeza.
El hombre aprieta mi rostro con más fuera y se acerca demasiado a mi cara. "No hagas ningún ruido, chiquilla. Tal vez te deje con vida si te portas bien… Ahora, me gustaría preguntarte algo: ¿conoces a Gonzalo Hidalgo?".
¿Qué le pasa a este tipo? Primero me pide que no haga ruido y ahora quiere que le responda. El miedo no me permite pronunciar ninguna palabra, y aún recuerdo el dolor que me provocó su bofetada. Pese a que mi respiración se va volviendo más pesada, trato de no entrar en pánico.
Esta situación es como una que he leído en los libros que suelen gustarme. Jamás imaginé que yo sería la chica en peligro, esperando que un amable desconocido me salve. Más que nunca, deseo que Emanuel salga corriendo del club para espantar al sujeto de ojos rojos. O mejor aún, que Gonzalo venga a rescatarme y a sacarme de aquí. También podría aprovechar para pedirle que me explique por qué todos me preguntan por él. No sabía que era tan popular.
Otro dolor agudo atraviesa mi lado izquierdo una vez más, mi labio se rompe y un sabor metálico se extiende por mi lengua, haciéndome estremecer. Los ojos rojos del hombre se oscurecen, toma algunas gotas de mi sangre con su dedo, se la lleva a su boca y la succiona, cerrando sus párpados mientras la saborea como si fuera una delicia.
"Mm… Sabes muy bien, no creo que sea capaz dejarte ir ahora".
"¡Espera!", grito, tratando de alejarme lo más que puedo, ocasionando que mi cabeza quede contra la pared de ladrillo que se encuentra detrás de mí, lo cual me importa poco en estos momentos, ¡ya que lo más peligroso es este vampiro que intenta devorarme! A estas alturas, estoy dispuesta a decirle cualquier cosa: "Me preguntaste sobre Gonzalo, ¿verdad? ¡Te diré todo lo que quieras saber! ¡Pero, por favor, no me lastimes!".
El vampiro sonríe ante mi mentira; y sí, le mentí, ya que no traicionaría a Gonzalo de esa manera. Además, este tipo está loco, es tan fuerte y rápido que Gonzalo no sobreviviría si se enfrentara a él. Mi intención es ganar tiempo, con la esperanza de que alguien pase por el callejón, me vea y llame a la policía.
"De acuerdo, chiquilla… Dime, ¿qué tan importante eres para él?".
¿Eh?
Parece que este sujeto es capaz de leer mi mente, pues su risa se va volviendo cada vez más fuerte. "No te preocupes, chiquilla, creo que puedo responder a la pregunta. Si no me equivoco, eres lo más importante para él, así que de seguro se va a desmoronar si te lastimo. ¡De esa manera, podré acabar con ese m*ldito alfa de una vez por todas!".
Me encuentro viendo sus ojos de color rubí cuando, de repente, algo lo aparta de mí… ¿Qué es eso? ¿Un oso? Mientras esa criatura araña y muerde al hombre, solo atisbo un pelaje negro y garras. El sujeto emite alaridos de dolor antes de patear a la criatura, provocando que esta emita un leve quejido. Enseguida, el tipo musculoso sale corriendo a una velocidad que nivela a la de Flash.
No logro asimilar la situación, mis rodillas flaquean, mi espalda se desliza por la pared de ladrillos y caigo de trasero. No es hasta que siento la vista nublada y distorsionada que me doy cuenta de que estoy llorando. A través de mis lágrimas, veo a la oscura criatura aproximándose a mí, por lo que me alejo y bajo la cabeza para esconderme entre mis rodillas. Si bien sé que este método no me va a proteger, solo me muevo según mis instintos.
Me preparo para sentir dolor una vez que la criatura me rompa en pedazos, sin embargo, percibo un hocico húmedo en su lugar. Poco a poco, alzo la mirada y me percato de que se trata de un enorme lobo del tamaño de un oso. Frota su hocico contra mi brazo una vez más y luego empieza a lamerme. Me quedo observándolo mientras mis lágrimas caen sin parar como una cascada.
Parece que el lobo está triste debido a que estoy llorando. De pronto, veo que se aleja y escucho el sonido de sus huesos rompiéndose y sus ligamentos moviéndose. A continuación, hace algo que jamás voy a olvidar sin importar cuánto lo intente: se transforma en humano frente a mis ojos.
… ¡Es Gonzalo!