Capítulo 29
744palabras
2023-04-22 18:31
LOS PANAMERICANOS
La entrenadora me comunicó que iba a los Juegos Panamericanos. Hacía frío en Villa María del Triunfo y estaba bien abrigada con una casaca y mi capucha puesta. -Tatiana, estás convocada. Serás bateadora y pitcher en el equipo-, me dijo, seria, seca, fría, luego le hizo más indicaciones a las otras chicas. Yo sentía mi corazón reventando en el pecho, quería llorar de la emoción y apretaba mi bate tratando de serenarme.
-Tranquila, Tati-, me susurró Vanessa viendo que temblaba emocionada.
No pude concentrarme en la práctica. Fallé en los bateos constantemente, incluso, en una carrera me caí. Tampoco hice una buena labor como pitcher, disgustando, mucho a la entrenadora.
-¡Concéntrate Rivasplata!-, me exigió.
Mi padre, como imaginarán, era el más feliz. No dejaba de saltar y dar hurras, incluso me decía a cada rato que estaba orgulloso de mí, que siempre imaginó a su hija en la selección y convertida en una gran deportista, en una verdadera campeona.
Yo trataba de disimular mi emoción, pero las lágrimas se chorreaban por mis mejillas y mis labios temblaban como gelatina, mi madre me abrazaba, besaba mi cabeza y acariciaba mis pelos. Eso me hacía llorar más.
Pero también estaban las pesadillas y lo que me había dicho el religioso. En esa marejada de confusiones, salieron en la televisión las informaciones de la revuelta en el penal y reconocí los nombres que iba enumerando el reportero de la TV: "Machete", "Flaco" Pérez, Silva, León, Gonzales, Zamudio... e informaron que un tal Pancracio Ramírez había comandado el motín, reclamando mejoras en el trato de los internos. Habían quemado colchones y estaban armados, incluso de revólveres y pistolas. La policía tuvo que intervenir a sangre y fuego para recuperar la calma en el recinto penitenciario.
Mi padre apuró su café y me pidió que lo acompañe al diario. Yo solo alcé mi hombro, pasé las manos por mis cabellos y me puse mi casaca. Así nos fuimos a toda marcha hacia la redacción.
-La muerte de ese Pancracio Ramírez es todo un notición, me dijo, es un personaje de novela, vivió siempre al margen de la ley, haré un gran crónica sobre él-
Yo tenía un chupetín en la boca y escuchaba música en la radio del auto. Tamborileaba con mis dedos.
-¿Verdad que antes del motín en la prisión hubo una redada de la policía, con blindados y granadas?-, le pregunté sin dejar de saborear el caramelo. Mi padre se extrañó y mucho.
-¿Cómo lo sabes?-
-Lo oí en las noticias-, intenté no darle importancia.
-No ha salido en ningún medio. Fue una intervención secreta, el gobierno pidió que no se divulgara la información. Ha sido una matanza-, me deletreó con enfado.
No dije nada.
-Otra vez tus pesadillas-, rezongó esta vez golpeando el timón con enfado.
-Papá, ¿crees que vivir es estar en el purgatorio?-, pregunté y esta vez mi papá se enojó mucho. -Te van a encerrar en el manicomio, te tendrán con camisa de fuerza si sigues soñando y pensando en esas cochinadas, caramba-, me reclamó fuera de sí.
En la redacción, me senté frente a una PC y en el internet busqué lo de los burdeles abiertos a patadas y las granadas explotando en las casas. No había nada. También fui al archivo y le pregunté a la chica que atendía sobre lo ocurrido antes del motín en el penal. Ella casi juntó su nariz a la mía. -No digas nada, Tati, pero ha sido una matanza. El gobierno ha pagado mucho dinero para que no se difunda nada sobre eso, shittttt-, me susurró.
Más turbada que nunca, me senté junto a mi padre que no dejaba de teclear y revisar la pantalla, corrigiendo, revisando sus apuntes y chupando su lapicero. La rodilla la tenía apretada al cajón de su escritorio.
Prudencio recibió un e-mail de la Federación de Softbol y entusiasmado, gritó, a todo pulmón, -¡Roger! ¡Tu hija ha sido convocada a la selección que irá a los Panamericano de Santiago!-.
Mi papá sonrió largo, -sí, ayer me dijo Tati, es mi súper campeona-, me abrazó, me dio un beso y siguió escribiendo. Prudencio aprovechó para entrevistarme y llamaron a un reportero gráfico para que me tome fotos. Yo me reía alborozada.
-¿Crees que podamos conseguir la medalla de oro?-, me preguntó Prudencio. Yo saqué mi lengüita y me sentí azorada en medio de los otros periodistas que no dejaban de mirarme. -Haremos nuestro mayor esfuerzo-, dije y todos aplaudieron.